Memónides de Moronea en la Feria del Libro
“¿Tienes intención de publicar los fragmentos de Memónides?”, me preguntaron de sopetón el sábado en plena Feria del Libro. Para no defraudar al interesado, le contesté que había dejado el asunto “en manos de William Oshbury, ya sabes”. Por supuesto, no sabía. Pero ha asentido. ¿Cómo podía saberlo si William Oshbury fue un invento de un amigo mío -en estas cosas conviene parapetarse tras un amigo- para poner a prueba a dos profesores tan pedantes como acartonados?
“¿Tienes intención de publicar los fragmentos de Memónides?”, me preguntaron de sopetón el sábado en plena Feria del Libro. Para no defraudar al interesado, le contesté que había dejado el asunto “en manos de William Oshbury, ya sabes”. Por supuesto, no sabía. Pero ha asentido. ¿Cómo podía saberlo si William Oshbury fue un invento de un amigo mío -en estas cosas conviene parapetarse tras un amigo- para poner a prueba a dos profesores tan pedantes como acartonados?
En vez de estudiar sus infumables apuntes, este amigo memorizó los inexistentes títulos de los libros de William Oshbury e, incluso, imaginó su autobiografía, titulada All about nothing, cuyo capítulo conclusivo, “The undiminished zoo”, era una postrera confesión de escepticismo. Bien sabía mi amigo que ninguno de los dos profesores confesaría su ignorancia de este sutil pensador. El resultado de todo este esfuerzo fue excelente: dos matrículas de honor, sin duda bien merecidas, dado lo mucho que había tenido que leer y rumiar para articular de manera elegante el pensamiento oshburiano.
Memónides surgió de otra manera. Fue la respuesta espontánea a una de las preguntas más tontas que me han hecho nunca. Alguien que estaba preparando un máster sobre crecimiento sostenible quería saber si los griegos, “que han hablado de todo antes que nadie”, habían dicho algo sobre el asunto. Obviamente, si algo no les preocupaba a los griegos era el crecimiento sostenible, pero le aseguré que un tal Memónides (algo así como “el memo esencial”) de Moronea (“moron” significa necio), había escrito una obra enciclopédica en doce libros cuyo título en latín era De turpidine (de la estupidez). Los testimonia y fragmenta conservados, aunque de no fácil interpretación, sugieren una sincera preocupación por el crecimiento sostenible. De esta forma Memónides llegó a la universidad.
Posteriormente fui “publicando” en mi blog algunos de estos fragmentos contando con la complicidad de un helenista que habló de Memónides en estos términos: “incerti temporis, pero probablemente contemporáneo de Pitágoras”. El gran Ruiz Quintano también se hizo eco de él y hasta me lo encontré citado en varios blogs.
Ya que el sábado pasado resucitó en el Retiro, no quiero privarles a ustedes de algunos de sus pensamientos:
En un escolio del Sobre los simulacros de Porfirio: “Memónides hablaba de ética en el ágora de Fliunte. Un magistrado lo interrumpió con esta pregunta: Ya que pretendes enseñarnos a comportarnos, dinos quién te ha enseñado a ti. Memónides le respondió: Observo a los estúpidos y deduzco la conveniencia de hacer lo contrario”.
En un palimpsesto de las Institutas de Gayo: “…Memónides volvió de … asegurando que cuando tienen un problema, en lugar de resolverlo, ponen todo su entusiasmo en complicarlo y enmarañarlo hasta que, vuelto irresoluble, se desentienden del mismo”.
En Zósimo de Panópolis: “En el ágora de Panópolis, dijo: Son tres las señales que delatan la estupidez de una persona: la rapidez en preguntar, la facilidad para aceptar cualquier respuesta y su incapacidad para detenerse a contemplar lo admirable”.