Madera de héroe
Efectivamente, si se puede llamar “héroe” a alguien sin incurrir en la lisonja hueca y gesticulante, sino con arreglo estricto a los hechos probados, es a Ignacio Echeverría, “el héroe de Londres”.
Efectivamente, si se puede llamar “héroe” a alguien sin incurrir en la lisonja hueca y gesticulante, sino con arreglo estricto a los hechos probados, es a Ignacio Echeverría, “el héroe de Londres”. Todo en las circunstancias de su muerte lo corrobora: cómo en alas de un impulso espontáneo saltó en socorro de una mujer agredida por unos desalmados; cómo se enfrentó a ellos en inferioridad numérica, blandiendo su monopatín contra los cuchillos; cómo fue abatido en un ataque por la espalda… Parece incluso que su sacrificio no fue del todo inútil pues dio tiempo a que otros se pusieran a salvo.
No es extraño que se escriba tanto sobre él, pues lo que hizo y lo que le pasó es excepcional y todo lo contrario de lo sensato, de lo prudente, de lo recomendable. Como a tantos, a mí me ha impactado; y me impresionan también aspectos secundarios del triste caso, como que Echeverría fuese “skater” a una edad en que normalmente se ha abandonado ya esta afición, y que fuese el mayor, el referente, de su “panda” de patinadores.
En todo esto percibo no sólo los últimos coletazos o vestigios de una manera de ser –impetuosa, donde la generosidad, el anhelo de justicia, la exigencia de ejemplaridad, tenían un carácter imperativo– que todavía hace unas décadas estaba muy extendida y hoy sólo se ve en otras latitudes, o, entre nosotros, en las películas; sino también el afán, consciente o no, de mantenerse en el espíritu de la juventud, que es efectivamente donde reside toda la belleza del mundo. Objetivo logrado, ¡pero a qué precio!
Me parece bien que las autoridades municipales de su pueblo natal ignoren a Ignacio. Si le levantasen un monumento o le dieren su nombre a una calle, no diré que sería mala señal y casi una afrenta. Pero sí digo que sería “ponerle una medalla al Everest por ser la montaña más alta”.