Bárcenas en su hora
Bárcenas declara ante la comisión de investigación del Parlamento. Naturalmente, no dice nada relevante. Ni siquiera se molesta en responder a las preguntas de sus adversarios: le ampara el pretexto de la investigación judicial. Que es como decir que la comisión parlamentaria es secundaria, y hasta insignificante. Además de que responder a sus señorías sería del género tonto, ya que ni ellas saben nada que no hayan publicado los periódicos o revelado la policía, ni para él se derivaría beneficio alguno de hablar.
Bárcenas declara ante la comisión de investigación del Parlamento. Naturalmente, no dice nada relevante. Ni siquiera se molesta en responder a las preguntas de sus adversarios: le ampara el pretexto de la investigación judicial. Que es como decir que la comisión parlamentaria es secundaria, y hasta insignificante. Además de que responder a sus señorías sería del género tonto, ya que ni ellas saben nada que no hayan publicado los periódicos o revelado la policía, ni para él se derivaría beneficio alguno de hablar.
Cuesta mucho creer en la utilidad de estas onerosas comisiones: son un formato vacío que se ha quedado obsoleto como un programa de televisión de Bonanza. Algún caballero allá al fondo de la sala bosteza echando en falta a un rufián que insulte y degrade, para al menos poder escandalizarse en el papel socorrido de virgen prudente. Pero el rufián está haciendo la siesta o quizá jugando con la tablet.
El resultado es que se organiza la pomposa escenografía, se pauta minuciosamente el ritual, se tocan las trompetas, se dan los turnos de palabra, se habla de democracia, de decencia, de corrupción… y…
Lo verdaderamente asombroso, lo que llama la atención, es que estas representaciones que a nadie enganchan se sigan repitiendo como si tal cosa y que a nadie le preocupen los bostezos del respetable. Quizá es que el show no va dirigido a ningún “respetable”.