THE OBJECTIVE
Enrique García-Máiquez

Trastos a la cabeza

Mr. Bennet dio con una verdad universal: “¿Para qué vivimos sino para dar de qué hablar a nuestros vecinos, y poder reírnos de ellos a su vez?” Con los políticos no tenemos tanta suerte: nos ignoran mientras nos hablan sin solución de continuidad para pedirnos el voto o para convencernos de lo buenos que son, encima. Por compensar, podemos hablar de ellos hasta hartarnos e incluso reírnos más de una vez.

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Trastos a la cabeza

Mr. Bennet dio con una verdad universal: “¿Para qué vivimos sino para dar de qué hablar a nuestros vecinos, y poder reírnos de ellos a su vez?” Con los políticos no tenemos tanta suerte: nos ignoran mientras nos hablan sin solución de continuidad para pedirnos el voto o para convencernos de lo buenos que son, encima. Por compensar, podemos hablar de ellos hasta hartarnos e incluso reírnos más de una vez.

Dos noticias últimas vienen a coincidir con el final de curso para potenciar su valor risible y ejemplar. Nos despedimos de los equipos de trabajo de este año y, gracias a la rabiosa actualidad, nos resulta más fácil ponderar el mérito que hemos tenido de llevarlo y de llevarnos tan bien. En el gobierno nacionalista de la Generalitat andan tirándose los trastos a la cabeza y los puñales por la espalda. El absentismo milimetrado de Junqueras, el hartazgo racial de Homs y el cese fulminante de Jordi Baiget por “pérdida de confianza” tienen, sin duda, una importante lectura política que ya —doctores tiene la prensa— se está haciendo a fondo; pero yo, con la frivolidad del personaje de Jane Austen, celebro que también nos den de que reírnos con sus rabietas. Lo mismo pasa con la vuelta al ruedo del ex ministro Soria, dispuesto a ponerle banderillas de castigo a Montoro y a Soraya Sáenz de Santamaría, otrora compañeros de gabinete.

En esos equipos de gobierno con tanto poderío, preparación y responsabilidad deberían imperar la seriedad, la coherencia y la lealtad. Vemos que rige, más bien, un ambiente como de Macbeth (excelencia literaria aparte, desde luego), con todos mirándose de lado, acunando ambiciones, exigiendo lealtades en una dirección y sopesando traiciones de ida y venganzas de vuelta. Y hablo de Shakespeare porque me pierde la querencia, que también podrían traerse a colación algunas comunidades de vecinos u otras experiencias de trabajo, que también, ay, las hay.

Se habla mucho y casi siempre en inglés de la dinámica de grupos, de las dotes de liderazgo, del management y de la inteligencia emocional, pero ante los equipos de trabajo quizá habría que recordar mejor las viejas virtudes. La amistad, la sinceridad, la fidelidad a la palabra dada, la laboriosidad, el sentido del humor, la humildad, la discreción, la capacidad de perdonar y la moderación de las ambiciones resultan ingredientes indispensables para trabajar juntos sin convulsiones internas con posteriores erupciones al exterior. También ayudan, hay que reconocerlo, las catarsis de estas rencillas de los poderosos del mundo, tan entretenidas y desmitificadoras.

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