Ayn Rand, Donald Trump y Manolito Gafotas
Elvira Lindo está perpleja. Perpleja porque Donald Trump lea libros. Perpleja porque en su ‘short list’ está la escritora rusa, nacionalizada estadounidense, Ayn Rand. Y perpleja porque ésta lleva décadas teniendo influencia sobre infinidad de personas. Es el sino del progre, vivir perplejo al observar que la realidad no se ajusta a su estrecha concepción del mundo, y escandalizado al comprobar que es así. El progre tiene la misma posición ante el mundo que una devota señora de Vetusta.
Elvira Lindo está perpleja. Perpleja porque Donald Trump lea libros. Perpleja porque en su ‘short list’ está la escritora rusa, nacionalizada estadounidense, Ayn Rand. Y perpleja porque ésta lleva décadas teniendo influencia sobre infinidad de personas. Es el sino del progre, vivir perplejo al observar que la realidad no se ajusta a su estrecha concepción del mundo, y escandalizado al comprobar que es así. El progre tiene la misma posición ante el mundo que una devota señora de Vetusta.
Lindo ha quedado atrapada, en este asunto, en ese círculo vicioso entre los prejuicios, la ignorancia, el asombro y la indignación en el que viven, como pez en pecera, los hombres y mujeres de progreso. Lo de la ignorancia se puede remediar. Es verdad que Rand expresó su filosofía en sus novelas (la primera de las cuales no es ‘El Manantial’, sino ‘Los que vivimos’, por cierto). Pero también escribió ensayos de filosofía. Llamó a su filosofía “objetivismo”, porque parte de que hay una realidad objetiva, aprehensible por la mente humana, que es capaz, de este modo, de representar el mundo por el sólo ejercicio de la razón. Esta posición le conduce a decir que todo se puede someter al cedazo razón, sin dejar pasar un sólo “prejuicio”. Una posición que verían muy bien los autores de la Ilustración francesa. Y que encaja muy mal con el conservadurismo y su aprecio por el conjunto de usos y costumbres que hemos heredado de nuestra experiencia; lo que llamamos moral, tradiciones e instituciones. Como Lindo no sabe nada de esto, dice que Rand “inspira el pensamiento ultraconservador”.
En su fragmentado mundo de ideas, conservador, individualista y partidario de la libertad económica entra todo en el mismo saco. Es verdad que ese racionalismo (dogmático, corramos a decirlo), le llevó a defender el capitalismo. Es verdad, también, que sufrió el azote del comunismo, y que huyó de él en cuanto tuvo ocasión. El capitalismo le permite a la española vivir de lo que escribe, a pesar de que en el mismo artículo coloca una coma delante de un verbo “Ahora, está viviendo…”, y se le cae la concordancia de género “hay un piedra que se lanza contra el débil”.
Lindo le acusa de ser “vehementemente anticomunista”, y me pregunto si también le acusaría, a ella o a cualquier otra persona, de ser “vehementemente anti nacional socialista”. Al parecer, en la crítica al totalitarismo responsable directo de la muerte de decenas de millones de personas hay que ser moderado. Debe de haber un número de víctimas de la represión moralmente aceptable, un orden de magnitud en las masacres del socialismo con el que una persona de progreso puede transigir. Un terreno a medio camino entre los excesos de un Lenin y el fanatismo derechista, ese pleonasmo, que entiende que tenemos derecho a vivir libremente y asumiendo la responsabilidad de nuestras acciones. Que es lo que proponía Ayn Rand.