Los encuentros antiguos
Lo que aprendimos cuando éramos niños y adolescentes, e incluso lo que dejamos de aprender y cuya ignorancia también se interiorizó en nosotros como un hueco, nos recordará toda la vida que eso sucedió porque alguna vez nos encontramos con alguien, en una clase o en un libro, que nos dejó el rumor de un modo de ser y de estar en el mundo, y de instalarnos en la realidad entera.
Lo que aprendimos cuando éramos niños y adolescentes, e incluso lo que dejamos de aprender y cuya ignorancia también se interiorizó en nosotros como un hueco, nos recordará toda la vida que eso sucedió porque alguna vez nos encontramos con alguien, en una clase o en un libro, que nos dejó el rumor de un modo de ser y de estar en el mundo, y de instalarnos en la realidad entera.
Los rostros pálidos antiguos que conocimos era como si nos llevasen a ver un retablo de títeres y de maravillas y de alegrías o desazones, pero sabemos de cierto que de nuestra conversación con ellos depende ciertamente el destino mismo de nuestra inteligencia, especialmente si nos toca vivir un espíritu del tiempo que puede ser muy bárbaro, hasta invitarnos a renegar de estos nuestros compañeros de pupitre, a denigrarlos, e incluso a lincharlos, y sacar los ojos a Copérnico como aconsejaba Chigaliov, en “Demonios” de Dostoievski, o ponerlos en ridículo público y matarlos, como en la Revolución Cultural maoísta.
Nadezhda Mandelstam, que fue testigo bien cercano de una educación de los jóvenes hacia el esclavismo, escribía: “Todos querían ser contemporáneos de los hombres de hoy, y temían mortalmente quedarse atrás. ¿Sabían que se les estaba formando para ser los agentes de todas aquellas barbaries que estaban detrás del famoso Nuevo Humanismo? Ahora me intereso en los jóvenes que viven en Occidente y llevan el pelo largo. ¿Qué es lo que quieren y quiénes son los enanos que los dirigen? ¿Conocen la técnica del collarín para arrastrar al condenado hasta el patíbulo, y quiénes quieren encadenarlos?”
Por lo pronto la herencia de esos totalitarismos, por su naturaleza misma de constructores de una granja humana, consiste en sustituir al saber con el rebajamiento del nivel de instrucción y educación – y nadie debe fracasar – tal y como también lo había formulado el siniestro sistema de Chigaliov: “Los esclavos deben ser iguales, y todos los esclavos son iguales en la esclavitud”.
De manera que, para la organización de las inteligencias, se precisa el ejercicio de un método del discurso y de unas “reglas para la dirección del espíritu”, o, por el contrario, sobreviene el caos racional producido por la palabrería para captar la mente y tornarnos “mente capti” o mentecatos.
“El fin de los estudios, dice la primera de las reglas cartesianas, debe ser el de dirigir al espíritu para que emita juicios sólidos y verdaderos sobre todo lo que se presente a él”. Tal debe ser una enseñanza primaria o primera tarea de romanos que comienza el día en que tenemos una cita con Descartes y los otros, y cuanto antes mejor, porque de aquí depende todo.