Las vergüenzas, al aire
No por mucho gritar se hace uno con la razón, no por repetir mentiras se convierten en certezas. Puigdemont se ha referido a la “violencia desmedida” de España, cuando ha sido una respuesta a la sedición de un gobierno autonómico que se ha saltado la Ley y la Constitución.
No por mucho gritar se hace uno con la razón, no por repetir mentiras se convierten en certezas. Puigdemont se ha referido a la “violencia desmedida” de España, cuando ha sido una respuesta a la sedición de un gobierno autonómico que se ha saltado la Ley y la Constitución.
Es evidente que a nadie satisface que se hayan producido heridos –ay, esas fotos del 2012, que han circulado como si fueran de este domingo- pero es evidente también que un Estado no se puede quedar cruzado de brazos ante una posición de rebeldía en toda regla. Que es exactamente lo que se ha producido en Cataluña, donde un gobierno elegido democráticamente ha abandonado las reglas de la democracia para asumir las de quienes imponen su criterio en contra de la mayoría no solo saltándose la Constitución sino también a través de amenazas, coacciones, trampas y violencia –porque la ha habido días atrás por parte de los amigos de Puigdemont, CUP, ANC & Co.-, fechorías impropias de un gobernante.
Sin ninguna duda Puigdemont ha conseguido su objetivo de que Guardia Civil y Policía Nacional hayan protagonizado imágenes no deseadas, reaccionando no contra los que se empeñaban en votar, sino contra los que les agredían, porque hay imágenes con guardias acorralados y agredidos por los disidentes. Puigdemont buscaba a toda costa imágenes de heridos para que fueran recogidas por algunos medios internacionales y algunos personajes que del desafío independentista conocen lo justo: solo lo que les transmiten los portavoces de la Generalitat.
A Puigdemont tendría que preocuparle algo que es ya irremediable para él y para ésta Generalitat. Ésta. El descrédito nacional e internacional de un gobierno que además de tomarse las leyes a título de inventario, organiza una consulta que pretende vender como un referéndum, sin censo garantizado que convierte en universal para que cada uno pueda votar dónde y como quiera, urnas que llegan a las mesas a manos de particulares en no se sabe qué condiciones, mesas formadas por voluntarios independentistas, anotaciones a mano de quienes han conseguido votar sin comprobar siquiera si estaban censados o habían votado en otro lugar, papeletas elaboradas de cualquier manera y un sinfín de irregularidades que desacredita a la Generalitat, a ésta Generalitat, para siempre. Para vergüenza de los catalanes, independentistas o no independentistas. Ni Maduro, ejemplo hoy de presidente que se salta las reglas a conveniencia, manipula y persigue a la oposición, había llegado tan lejos.
Con ese comportamiento ¿cómo se pueden dar por válidos los datos que ofrece la Generalitat, cómo se pueden aceptar los resultados que anuncian? Pobre Cataluña. Ni merece ese gobierno, ni esos dirigentes que defienden sus ideas golpeando la democracia, ni merecen una policía que ha demostrado una actitud cobarde a la hora de ejercer la función para la que se habían formado: han preferido agachar la cabeza ante las órdenes políticas en lugar de defender las leyes y el texto constitucional.