Podemos y la gestión de los animales muertos
Los ecologistas de ciudad sueñan con tener un día una cabaña de ganado, en mitad de un prado cercano a un río. Ellos creen que eso sería una vida maravillosa. En tal caso, piensan en la dureza de levantarse pronto a ordeñar, pero lo compensan con imaginar el frescor del viento al amanecer en su rostro, y se sonríen. También aventuran que será duro andar limpiando la porquería de los animales, pero se les pasa al entender que eso será oler a Naturaleza pura: a la Madre Tierra.
Los ecologistas de ciudad sueñan con tener un día una cabaña de ganado, en mitad de un prado cercano a un río. Ellos creen que eso sería una vida maravillosa. En tal caso, piensan en la dureza de levantarse pronto a ordeñar, pero lo compensan con imaginar el frescor del viento al amanecer en su rostro, y se sonríen. También aventuran que será duro andar limpiando la porquería de los animales, pero se les pasa al entender que eso será oler a Naturaleza pura: a la Madre Tierra.
Los ecologistas de ciudad no cuentan con los mosquitos ni con que ese trabajo de ordeñar el rebaño y limpiarles las cagadas y las meadas consiste en arriñonarse todos los días del año, sin descanso. Y que el olor a tierra mojada está muy bien cuando no se huele nunca, pero que todos los días pasa a ser un efecto insípido.
Lo que no saben los ecologistas de ciudad que quieren tener un rebaño es que lo peor es la gestión de los animales muertos. Aparecen corderillos aplastados por sus propios hermanos, carneros heridos de peleas y ganado desgarrado por los lobos y otras alimañas.
Hay que recoger a esos animales muertos: si eres de ciudad, da mucho asco.
Existe algo peor: cuando una oveja queda coja y no puede salir a pastar, cuando no puede seguir al pastor, sobra. A la gestión de deshacerse de la oveja se le llama “sacrificar”, no “eliminar”, ni “abatir”, ni “suprimir”, ni “matar”, ni mucho menos “asesinar”: sacrificar.
Has de hacerlo con tus propias manos, sintiendo su calor y sus quejidos.
Con eso no cuentan los ecologistas de ciudad que quieren tener un rebaño de ovejas en un prado cerca de un río.
Esta es la lección que está aprendiendo Pablo Iglesias en su rebaño: aquellas ovejas que no saben seguir al pastor, no caben en el aprisco. Todo era muy bonito hasta que llegó la decisión de sacrificar al ganado cojo y al gestionar los animales muertos.
Lo que le ocurre a Pablo Iglesias es que ya lleva demasiados sacrificios en muy poco tiempo y que, en política, los corderos pueden convertirse en lobos de la noche a la mañana.