Jurar en arameo
Acostumbrado a mentir con cierto éxito de crítica y público, el Govern pensó que podría doblar a varios idiomas esa comedia de situación que es el procés y exportarla a Europa. Sería algo así como un spin off de la producción original que narraría las aventuras de un Puigdemont políglota en el exilio. El 130 president del govern y primero de la República de Cataluña se plantó en el corazón de la Unión por sorpresa, no sin antes anunciar su destino a los iniciados en el acróstico de una declaración institucional: “Bélgica” podía leerse tomando la primera letra de cada renglón.
Acostumbrado a mentir con cierto éxito de crítica y público, el Govern pensó que podría doblar a varios idiomas esa comedia de situación que es el procés y exportarla a Europa. Sería algo así como un spin off de la producción original que narraría las aventuras de un Puigdemont políglota en el exilio. El 130 president del govern y primero de la República de Cataluña se plantó en el corazón de la Unión por sorpresa, no sin antes anunciar su destino a los iniciados en el acróstico de una declaración institucional: “Bélgica” podía leerse tomando la primera letra de cada renglón. En realidad, este extremo resultó ser un fake, aunque uno maravilloso, solo al alcance de alguien que cambia de coche debajo de un puente para despistar a los polis, y de don Fernando de Rojas.
Precisamente, Puigdemont había ido a Bruselas a buscar una Celestina que le encontrara un arreglo para lo suyo. Lo suyo puede ascender a 30 años de cárcel. El expresident hizo una intervención larga en la que usó el catalán, el español, el francés y el inglés, viniendo a confirmar aquello sobre la inteligencia y los idiomas que dijera Ortega de Salvador de Madariaga. Es de agradecer que dejara de insistir en la matraca del referéndum para probar con un gag nuevo: que la independencia era una promesa electoral y que no se lo puede encarcelar por cumplir su programa. Vale que puso la bomba, pero antes había llamado desde una cabina para avisarnos.
Puigdemont estaba cagado. Lo sé porque tenía esa mirada vidriosa que se le ponía a mi hermano pequeño cuando perdía a la Play Station y estaba a punto de llorar. Game Over. Frente al vértigo de esa legalidad que se aproxima con gravedad plúmbea, el expresident le cascó a Europa su relato de represión y horrores para una noche de Halloween. Probó con el truco, pero no iba a haber trato. Así, sabedor de que no se lo darían, proclamó que no estaba allí para pedir asilo, en una ejecución magistral de la clásica estrategia del beodo orgulloso: no me echa usted del bar, me voy yo. Sin embargo, el que fuera muy honorable (o tal vez aún lo sea, cómo saberlo, estamos perplejos, Ada) no ha vuelto a asomar por Barcelona, y eso que alguna prensa europea se despidió de él con bríos, “adiós loser”.
Con la internacionalización del conflicto catalán hemos dado el paso del procés en un solo país al procés permanente, y lo hemos hecho con notable eficacia: a las pocas horas de llegar a Bruselas, Puigdemont ya había desatado una crisis de gobierno en Bélgica. Mientras tanto, a Junqueras le ha llegado la citación de la Audiencia Nacional, una risa. Cuentan que ayer se lo vio en una tienda de alpinismo. Buscaba un piolet o no sé qué. A todo esto, ha empezado la campaña electoral y Santi Vila ha pedido un bautismo constitucional. Que olvidemos sus pecadillos y eso.
Por lo demás, la cosa está tranquila. Al principio, los que se llevaron algún porrazo el 1-O torcieron un poco el morro cuando vieron que Puigdemont, como antes las empresas, se fugaba por la Diagonal; pero luego supieron comprender. Cataluña ha encontrado en su presidente errante a un embajador plurilingüe de su dignísima causa. Está bastante bien, pero a muchos ya es difícil impresionarnos: en este tiempo hemos aprendido a jurar en arameo.