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Lorena G. Maldonado

El Harvey Weinstein ibérico: por qué en España no ha caído (aún) ningún mito cultural

Hace días que ando revisándome los amores por si se me caen del bolsillo: el efecto dominó de los mitos caídos me va dejando un reguero de tristeza y asco, y, a ratos, de autodesprecio y psicosis, ¡ah, cómo no se lo vi en la cara, cómo no se lo encontré en el gesto, estuvo ahí todo el tiempo…! Es absurdo: el acosador es cualquiera. La cultura del abuso no es patrimonio de Hollywood, ya nos gustaría acotar el problema: los malos están aquí, entre nosotros, seguramente haciéndose los simpáticos, haciendo como que este debate -que está abierto y sangra- no va con ellos. O incluso minándolo y repitiendo el mantra “denuncias falsas, denuncias falsas”; porque los chiquillos a veces no son muy listos y enseñan la patita. Como si uno pudiese curarse en salud del pasado. Y ya no les digo del presente.

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El Harvey Weinstein ibérico: por qué en España no ha caído (aún) ningún mito cultural

Hace días que ando revisándome los amores por si se me caen del bolsillo: el efecto dominó de los mitos caídos me va dejando un reguero de tristeza y asco, y, a ratos, de autodesprecio y psicosis, ¡ah, cómo no se lo vi en la cara, cómo no se lo encontré en el gesto, estuvo ahí todo el tiempo! Es absurdo: el acosador es cualquiera. La cultura del abuso no es patrimonio de Hollywood, ya nos gustaría acotar el problema: los malos están aquí, entre nosotros, seguramente haciéndose los simpáticos, haciendo como que este debate -que está abierto y sangra- no va con ellos. O incluso minándolo y repitiendo el mantra denuncias falsas, denuncias falsas; porque los chiquillos a veces no son muy listos y enseñan la patita. Como si uno pudiese curarse en salud del pasado. Y ya no les digo del presente.

 Lo decía José Sacristán cuando hizo de geólogo en Un lugar en el mundoSólo a oscuras se puede ver el alma de las piedras. Cada una tiene el alma de un color y de una forma distinta () Con la gente no sirve, chavales, sólo funciona con las piedras. Para la gente todavía no se ha inventado nada. Si alguna vez se inventa, se nos quedará la lupa negra, ya verán ustedes. Mientras, pasan los días y nuestro Harvey Weinstein, ese hombre poderoso de la industria cultural -y sus graciosos secuaces, que por ahí andarán repartidos- siguen a la sombra de los pinos.

 ¿Por qué¿Es que el intelectual españolito es ahora un beato? ¿Es que todos han llevado vidas sexualmente intachables y nunca se han aprovechado de su posición? Qué gustazo de cineastas, qué dulzura de productores. No lo creo. Creo, más bien, que nuestra industria tiene más miedo porque tiene más hambre. Un ejemplo, un dato para establecer el paralelismo con Hollywood: el último estudio sociolaboral del colectivo de actores y bailarines en España -un trabajo de la Fundación AISGE-, publicado en 2016, reveló que sólo el 8% de los intérpretes viven de su oficio -cobrando 12.000 euros al año-. El 32% -contando también con empleos complementarios- están por debajo del umbral de la pobreza. El 57% no consigue ningún trabajo al año en el sector. Y sólo el 2,15% cobra 30.000 o más euros al año: este pequeño núcleo, además, margina a jóvenes y a mujeres.

 La cosa no mejora en el resto de modalidades de la industria cultural: aquí el arte es precario, y, como me dijo en una ocasión Montero Glez, las revoluciones se hacen con el estómago lleno; porque el hambre es lo que te hace servil. Irreprochable, en cualquier caso: cómo van a denunciar las víctimas de acoso o abuso sexual lo que han sufrido si eso puede penalizarlas de por vida en sectores tan renqueantes.

 Pienso que en este país sólo se puede señalar al culpable desde el pedestal, desde el absoluto estrellato, y, tristemente, en ese pódium hay muy pocas mujeres. También desde otra posición interesante: desde la de quien no tiene nada que perder, pero bah, aquí somos unos eternos aspirantes y aún confiamos en que las cosas nos puedan ir mejor.

 Hay algo más, algo crucial: España es un terruño polarizado y faltón en el que no se le perdonan a nuestros artistas las reivindicaciones, ya ven ustedes la inquina miserable y desinformada que brota cada año a la altura de los Goya. A Clint Eastwood le excusan en su casa los desbarres, pero cuidado, que en este gueto a Fernando Trueba le montamos un boicot como le dé la locura de opinar en democracia. Esta actitud ibérica, censora y ponzoñosa, se ha extendido como el germen del vituperio y ha hecho que nuestros escritores y actores, nuestros artistas y músicos, ahora vivan mordiéndose la lengua, con pavor a señalarse.

 Joder: ellos que siempre habían ido un paso por delante del pelotón social, con la mente abierta y el progresismo en lanza, ellos que antes -y aún ahora, los más valientes- recogían en diagnósticos sencillos el pulso caliente de la calle. Yo intuyo que el terror al manifiesto personal se ha extrapolado, con más daño -siempre- a las mujeres. Yo intuyo que hacen la doble relación: España desprecia el discurso de su cultura – habrá que ahorrarse comentarios políticos. España es machista – habrá que callarse los dolores femeninos para no acabar en el paredón del descrédito y la duda.

 Qué mujer artista va a elegir expresarse si tiene que lidiar con esas dos barreras infranqueables, con esas dos pátinas de recelo. Qué fuerza va a tener si al final habrá espectadores que le acaben preguntando que por qué sonrió para una foto a los diez días de ser violada, como ahora le pasa a la chica de San Fermines. Qué impulso le va a echar, si la cultura de la condescendencia hacia los ídolos lo mismo convierte al acosador señalado en un Woody Allen patrio -dependiendo de lo bien que le caiga el tipo a este patio de corrala- y a ella en una loca despechada que quiere hundirle la vida al pobre hombre.

 Yo las abrazo desde aquí, desde esta línea. Me aterroriza pensar que si protegiésemos más nuestra cultura, en el plano económico y en el del prestigio social, saldrían Harveys Weinsteins vernáculos a las portadas como setas. Porque no: en España no parimos santos. Hermanas, yo sí creo en vosotras. Y también os creo. 

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