Tabarnia, una broma muy seria
Las elecciones catalanas del 21 de diciembre no han servido para modificar sustancialmente el equilibrio entre bloques, pero sí para comprobar la irrelevancia de las propuestas de tercera vía. El PSC solo logró mejorar en un escaño su peor resultado histórico y la ambigüedad de los comunes cosechó ocho escaños, tres menos que en 2015, cuando los 11 asientos conseguidos en el Parlament se vivieron como una decepción en las filas moradas.
Las elecciones catalanas del 21 de diciembre no han servido para modificar sustancialmente el equilibrio entre bloques, pero sí para comprobar la irrelevancia de las propuestas de tercera vía. El PSC solo logró mejorar en un escaño su peor resultado histórico y la ambigüedad de los comunes cosechó ocho escaños, tres menos que en 2015, cuando los 11 asientos conseguidos en el Parlament se vivieron como una decepción en las filas moradas.
El independentismo aparece hoy más fracturado que en los días de Junts pel Sí y el voto constitucionalista se ha coordinado de forma mayoritaria en torno a Ciutadans, que ha ganado en 20 de las 23 ciudades de Cataluña y que podría haber capitalizado un porcentaje importante de los antiguos apoyos de PSC y PP. Con todo, el tímido retroceso del independentismo no es suficiente para articular una mayoría alternativa, lo cual nos aboca a la continuidad del procés.
Con una novedad. En los últimos días ha cobrado fuerza un movimiento satírico que aboga por desgajar de Cataluña las áreas metropolitanas de Barcelona y Tarragona donde el constitucionalismo es mayoritario. Se trata de un área geográfica más industrializada, productiva y cosmopolita que el interior de la región, de preferencias secesionistas. El invento se ha dado en llamar Tabarnia, que pasaría a constituirse como una comunidad autónoma española en caso de que Cataluña se independizara del estado.
En nuestro país, donde nunca se abordó, como en Canadá, un debate jurídico sobre las condiciones que habrían de permitir un referéndum para la secesión, el nacimiento de Tabarnia supone la asunción de facto del marco político de una “ley de claridad”. El declive del independentismo quebequés tuvo mucho que ver una sentencia del Tribunal Supremo de Canadá que abría la puerta, no solo a la secesión de una provincia, sino al desmembramiento de aquellas regiones que, dentro de una provincia de voluntad secesionista, votaran mayoritariamente por la permanencia en Canadá.
Es decir, si Canadá había de ser divisible, también lo sería Quebec. De ese modo, las regiones que decidieran continuar formando parte de Canadá se constituirían como una provincia de la misma y Quebec habría de desprenderse de ellas para proclamar su independencia. Así, enfrentado a la imposición de tener que renunciar a la rica y prestigiosa Montreal, el secesionismo no tardó en iniciar un declive que no tiene visos de remitir.
Esa misma lógica es la que instala en España la irrupción de Tabarnia: si el estado se puede fragmentar, también Cataluña. Y, si Cataluña quiere ser independiente, entonces tendrá que prescindir de sus regiones más productivas y pujantes económica y culturalmente. En la práctica no es más que asumir las reglas del juego de los nacionalistas. Pero los nacionalistas, claro, no quieren que los demás jueguen con sus reglas: derecho a decidir, sí, pero solo para mí y para mi causa. Valga como ejemplo el comentario iluminador del asesor independentista Aleix Sarri, que se ha referido a Tabarnia como un movimiento inspirado en «fronteras inventadas, nacionalismo étnico, populismo económico sostenido sobre agravios imaginarios…». Puede parecer una autoparodia pero no es sino la enésima constatación de que el nacionalismo ve una paja en el ojo ajeno pero no un bosque tropical en el propio.
Paradójicamente, el troleo espontáneo que ha dado lugar a Tabarnia podría hacer más por la contención del independentismo que todas las políticas de apaciguamiento ensayadas hasta la fecha. Las elecciones no han dado carpetazo al procés, pero sí han invalidado la vía unilateral, de forma que nos aproximamos a una suerte de guerra fría política. Una parte del electorado constitucionalista parece haber interpretado que la única manera de competir con un rival poderoso pasa por iniciar algo así como una carrera de armamentos políticos. La amenaza de una destrucción territorial mutua asegurada (si tú rompes España yo rompo Cataluña) podría actuar como un elemento de disuasión efectivo.
Hay quienes, como Pepe Fernández Albertos, no han recibido con optimismo la irrupción de Tabarnia en el debate: “A lo mejor estamos exagerando las diferencias geográficas: uno de cada tres votantes del Baix Llobregat es independentista, y uno de cada tres votantes del Gironès no lo es”, recordaba recientemente en Twitter.
Si la discusión sobre Tabarnia sirve siquiera para introducir en la agenda la necesidad de hablar de mayorías reforzadas cuando se plantea la secesión, bienvenido sea. Supondrá una mejora sustancial respecto al escenario preelectoral, esto es, respecto a la declaración unilateral de independencia con un exiguo 47,8% de los votos, y también respecto a la reivindicación de un referéndum legal que pueda decidirse con la mitad más uno de los votos.
Por último, no dejaría de ser llamativo que, después de meses vendiendo al exterior la imagen de una España represiva y “dispuesta a todo”, la mayor amenaza contra el independentismo pudiera nacer de una iniciativa ciudadana vehiculada sobre el humor. La fallida revolución de las sonrisas ha hallado respuesta en una “revolución de las carcajadas”, en feliz hallazgo de Félix Ovejero. El recorrido que tenga Tabarnia es una incógnita, pues es previsible que ningún partido político abogue por su promoción (es digno de alabar el sentido de la responsabilidad del constitucionalismo frente a un separatismo para el que todo vale), y el concurso de las élites es crucial para espolear los movimientos políticos.
En todo caso, sus reivindicaciones encuentran argumentos idénticos a los del nacionalismo catalán: la especificidad cultural de una región cosmopolita, el agravio económico de quien aporta al PIB mucho más que la Cataluña rural y hasta los resquemores históricos contra el agro carlista. Hay, eso sí, una diferencia notable: frente a los delirios de un secesionismo que se toma a sí mismo muy en serio, Tabarnia nos promete días rebosantes de humor. En el desierto del procés, su risa se nos anuncia como un wadi emergente e inesperado.