En 2018, que calle el viejo
El primero del año tiene la virtud de abemolarnos el alma, devolviéndola, aunque solo sea durante unas horas, a su timbre original: la apertura y la espera. Al debe y al haber de lo vivido, a los cálculos del año que termina, le siguen sin solución de continuidad las esperanzas ante el año que nace.
El primero del año tiene la virtud de abemolarnos el alma, devolviéndola, aunque solo sea durante unas horas, a su timbre original: la apertura y la espera. Al debe y al haber de lo vivido, a los cálculos del año que termina, le siguen sin solución de continuidad las esperanzas ante el año que nace.
Los comienzos son siempre promesas, para quienes todavía no han matado al niño que nunca debería morírsenos en las entrañas. Escribía Borges –y nos lo recordaba ayer J.A. Montano– que la mañana “nos depara la ilusión de un principio”. Y es que todo comienzo –un nuevo trabajo, una relación en ciernes, el albor de una vida que echa a andar– encierra un grito de esperanza. En 1937, con 29 años recién cumplidos, el poeta italiano Cesare Pavese anotaba en un cuaderno que “la única alegría en el mundo es comenzar”, que “vivir es hermoso porque es comenzar, siempre, a cada instante”.
Pero a ninguno se nos escapa que la vida, con sus embates, pone con frecuencia el tintineo del corazón en sordina. Tanto, que a veces ya no nos parece nuevo ni lo que estrenamos. No hablemos de otro año más, después de tantos. Un viejo escéptico –ese que manda callar al niño que tenemos dentro– nos susurra al oído la fórmula cóncava de la parábola que cada año se dibuja entre los ejes de la realidad y el deseo. El ímpetu decae, nos dice, ¿para qué esperar? Jorge Guillén lo describe bien en su poema Alba del cansado: “Un día más. Y cansancio. / O peor, vejez. … A cada sol más se ahondan / Hacia el alma desde el cuerpo / Los minutos de un cansancio / Que yo como siglos cuento. … Día que empieza sin brío, / Alba con grises de Enero, / Cansancio como vejez /Que me centuplica el tedio…”. Quizás los reveses del 1 de enero hayan bastado para que el 2 sea ya uno más en esa larga lista de “días que empiezan sin brío” que nos “centuplican el tedio”.
Que en 2018 callemos al viejo y demos voz al niño, y que grite fuerte, con Guillén, que el tedio no es el final, que “Los prodigios de este mundo / Siguen en pie, siempre nuevos, / Y por fortuna a vivir / Me obligan también. / Acepto”.