El pozo de Diana Quer
El asesinato a modo de juego experimental o como acceso a la fama supera no pocas formas tradicionales del crimen, con la truculencia pavorosa que añade la desintegración social y moral que denotan los culpables. En otros casos, como en el asesinato de Diana Quer, todo puede ocurrir en cualquier otro lugar de cuyo nombre habrá que acordarse. Su asesino confeso, un sujeto como El Chicle, representa un vértigo de cambios sociales ajenos a la ley y que justificarían sobradamente el principio de tolerancia cero.
El asesinato a modo de juego experimental o como acceso a la fama supera no pocas formas tradicionales del crimen, con la truculencia pavorosa que añade la desintegración social y moral que denotan los culpables. En otros casos, como en el asesinato de Diana Quer, todo puede ocurrir en cualquier otro lugar de cuyo nombre habrá que acordarse. Su asesino confeso, un sujeto como El Chicle, representa un vértigo de cambios sociales ajenos a la ley y que justificarían sobradamente el principio de tolerancia cero. Más allá de la patología específica de los juegos de rol o del asesinato como escenificación, una sociedad como la española debe considerar los presupuestos de su actitud ante el delito. En otros países cunde la idea de que tolerar el delito menor implica una impunidad que al poco tiene efectos exponenciales. Al hablar de las circunstancias del asesino de Diana Quer asombra la familiaridad con que se habla de la coartada del irse juntos a robar gasoil o se hacen alusiones casuales al “trapicheo con las drogas”.
Tal vez nada pueda evitarnos el horror del crimen, puesto que ni la disuasión más efectiva puede alterar por completo los comportamientos de la naturaleza humana, pero existe algo llamado conciencia moral: de omitirla dañamos a nuestros semejantes. Ahí está la profunda perversión de dar por sentado que el crimen es una mera perturbación mental porque eso presupone tanto la inexistencia de la conciencia moral como la impunidad de quien no es responsable por seguir las normas de un juego. En estos casos terribles, es tan necesario el castigo como hubiera sido imprescindible el buen ejemplo. Qué extraña coexistencia para las buenas gentes de Riaño. Hasta ahora protegido por las mentiras de sus allegados, la confesión de El Chicle –con su nicho esteroide en las redes sociales- es una prueba más de la diligencia y capacidad tecnológica de la Guardia Civil.
A inicios de 2009 desapareció Marta del Castillo. Tenía 17 años. No sabemos en qué ha cambiado la sociedad española desde entonces hasta la muerte de Diana Quer, y a veces se diría que ni queremos saberlo. La crisis económica generó mutaciones sociales cuyo significado aún desconocemos. La clase media ha sido alcanzada por el torpedo de la precariedad. Hemos perdido confianza en algunas cosas mientras siguen vigentes los rasgos de la familia desestructurada y perdura un modo de hacer televisión que es un gran escaparate de roles negativos. Ahora nos sabemos endeudados, sin ahorro, con un paro juvenil muy elevado y un futuro gravoso, de sociedad que envejece y no se renueva demográficamente.
Consumada la ruptura de vínculos, entraron en escena nuevas generaciones ya naturalmente desvinculadas. Si aceptásemos un senequismo digitalizado, es que fuimos y seremos así. Pero nada está escrito para siempre. De hecho, el sistema crea sus propios problemas y el sistema los va solucionando, cuando es permeable a la vitalidad que le rodea. Vieja y nueva ansiedad. Eso vale para todo, para España en general, para el sistema político. Resistir es, en verdad, madurar. Una cadencia de olas pequeñas genera una ola grande.