THE OBJECTIVE
José Carlos Rodríguez

Oxfam, el negocio de la indignación

Somos tan ricos que nos indigna ver pobreza. Nos ofende. Y somos tan ciegos, que al contemplarla nos preguntamos ¿por qué? Cuando lo extraordinario, lo imprevisible, lo que desafía la condición del hombre, es la riqueza. Nosotros somos el fenómeno que crea admiración para quien sepa de historia algo más que unos capítulos de Cuéntame. Pero no. La sociedad opulenta mira la riqueza, heredada de generaciones anteriores y creada de nuevo día a día, con los ojos de un niño. Piensa que siempre ha estado ahí y no se plantea cómo ha legado la tarta que está a punto de tomar.

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Oxfam, el negocio de la indignación

Reuters

Somos tan ricos que nos indigna ver pobreza. Nos ofende. Y somos tan ciegos, que al contemplarla nos preguntamos ¿por qué? Cuando lo extraordinario, lo imprevisible, lo que desafía la condición del hombre, es la riqueza. Nosotros somos el fenómeno que crea admiración para quien sepa de historia algo más que unos capítulos de Cuéntame. Pero no. La sociedad opulenta mira la riqueza, heredada de generaciones anteriores y creada de nuevo día a día, con los ojos de un niño. Piensa que siempre ha estado ahí y no se plantea cómo ha legado la tarta que está a punto de tomar.

Hay organizaciones especialmente ciegas, excepto para su propio beneficio. Es el caso de Oxfam. Su modelo de negocio es sencillo. Nos dice que lo nuestro no nos pertenece, que lo que poseemos es la causa de que otros no tengan nada. Y que la desigualdad entre ricos y pobres sólo se solucionará si les entregamos a ellos lo que tenemos para que lo repartan a quien menos tienen. Nos dicen que somos indignos de vivir como lo hacemos, y nos ofrecen el consuelo de pagarles, a ellos, la cantidad de dinero en que valoremos nuestra mala conciencia.

La verdad es que el capitalismo ha llegado allá donde no hay un sátrapa como Nicolás Maduro o Kim Jon-un, y que éste ha hecho que la pobreza se desplome. En 1980 vivía en la pobreza extrema el 44 por ciento de la población mundial. En 2005 se había reducido a la mitad, y hoy estamos por debajo del 10 por ciento. Oxfam lucha, denodadamente, para que la producción y el comercio en libertad, aunque sea vigilada, para que lo que está haciendo de la pobreza un recuerdo para centenares de millones de personas, deje de existir. Y para eso publica unos informes con mentiras sonrojantes, que sólo una prensa adicta a las fake news puede tragarse sin empacho. Mienten para contribuir a que en este mundo se detenga el secular descenso de la verdadera pobreza en el mundo.

Su presidente, Juan Alberto Fuentes, ha sido detenido en una operación contra la corrupción en Guatemala. La organización acoge a personas que abusan de su influencia para organizar fiestas sexuales con menores. Pero la falta de ética ha sido la seña de identidad de Oxfam desde el principio, y por otros motivos.

Oxfam ha hecho de la indignación su negocio. Pero mi indignación es con ellos.

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