THE OBJECTIVE
Cristóbal Villalobos

El último bastión

En 1918, en Ronda, hace ahora un siglo, un grupo de andalucistas adoptaron los que hoy son los símbolos de la comunidad autónoma, escudo y bandera que enarbolaron las masas el 4 de diciembre 1977 en las calles de las principales ciudades de Andalucía. Tras las algaradas, con una muerte incluida, se abrió el melón de las autonomías, el café para todos que dio paso a la España descentralizada que naufraga hoy en Cataluña.

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El último bastión

Reuters

En 1918, en Ronda, hace ahora un siglo, un grupo de andalucistas adoptaron los que hoy son los símbolos de la comunidad autónoma, escudo y bandera que enarbolaron las masas el 4 de diciembre 1977 en las calles de las principales ciudades de Andalucía. Tras las algaradas, con una muerte incluida, se abrió el melón de las autonomías, el café para todos que dio paso a la España descentralizada que naufraga hoy en Cataluña.

Entonces, los andaluces salieron a la calle para pedir el mismo nivel de autogobierno que las mal llamadas nacionalidades históricas. Frente a unos nacionalistas que querían diferenciarse, los andaluces pedían igualdad. Carlos Cano le cantaba por aquellos días a la verdiblanca, esperanzado en que la autonomía sacase a la región del atraso finisecular que aún, cuarenta años después de aquella explosión de dignidad, sigue anclándonos en los últimos puestos de los más dolorosos índices europeos.

Dicen que el poeta granadino dejó de cantarle a la bandera cuando se institucionalizó la cosa, cuando las manifestaciones se convirtieron en coches oficiales, delegados, consejerías y subvenciones. La utopía de diciembre se transmutó en un nuevo régimen que sustenta, a base de peonadas y subsidios, de corruptelas de andar por casa, a la Andalucía profunda que, a su vez, es el sostén del PSOE andaluz. Unos caciques por otros, unos señoritos por otros. Los EREs y los cursos de formación como forma de hacer política, de regar al votante inculto y agradecido con el maná europeo y con los impuestos de la Andalucía activa, la que progresa a pesar de las trabas burocráticas y que parece no existir para el resto de España.

Porque de Despeñaperros para arriba uno tiene la sensación de que sólo vale para hacer chistes con un acento que no es el suyo, con el de Canal Sur, y que, bastantes veces, se nos reduce a una Andalucía de sevillanas, de peregrinaciones al Rocío y ferias, a una industria del cachondeo que parece ser lo único que producimos y exportamos, o al menos eso es lo que se percibe: fiestas y gracias para adormecer al votante.

Sin embargo, Andalucía, al igual que ha ocurrido con todo el Estado, ha dado el mayor salto de su historia en bienestar y progreso en las últimas décadas, quizás a pesar de la autonomía, más que gracias a ella, pues los gobernantes que han perpetuado el régimen han desaprovechado las oportunidades que traía aparejadas la implantación del sistema democrático del 78 y, sobre todo, las que suponía la entrada de nuestra región en la Unión Europea.

Berlanga, en “Bienvenido, Míster Marshall”, apuntaba como para los extranjeros la imagen que se tenía de España era la de Andalucía. Hoy, más que la imagen romántica, que sigue proyectándose en parte hacia el mundo, Andalucía es más que nunca España, pues es el contrapeso territorial y político que impide, al menos hasta el momento, que el PSOE, cómplice de los nacionalistas en muchas partes del país, acabe facilitando el desguace de la nación por parte de separatistas y extremistas. Susana Díaz, hija del régimen y paradigma de todos sus males, es, Dios nos coja confesados, el último bastión de la unidad nacional. Susana y cierra, España.

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