Muchos hombres buenos
Puede parecer un poco raro, pero he decidido dedicar mi columna del Día de la Mujer a los hombres. La persona que más me quiere en el mundo es un hombre. Es imposible cuidar tanto ni tan bien como él cuidó a mamá y a la abuela, y cómo después siguió cuidándonos a mis hermanos y a mí. Es imposible hacer la tortilla de patata tan buena como él. Es mi padre.
Puede parecer un poco raro, pero he decidido dedicar mi columna del Día de la Mujer a los hombres.
La persona que más me quiere en el mundo es un hombre. Es imposible cuidar tanto ni tan bien como él cuidó a mamá y a la abuela, y cómo después siguió cuidándonos a mis hermanos y a mí. Es imposible hacer la tortilla de patata tan buena como él. Es mi padre.
Son hombres dos de mis hermanos, que hacen mejores a quienes estamos cerca de ellos y son, en el buen sentido de la palabra, buenos. También hacen bromas escatológicas.
Era un hombre el catedrático de Historia que, cuando tenía dieciocho años, me dijo: “Usted es de los que piensan”, y se empeñó en que hiciera un doctorado (que nunca terminé).
Es un hombre el primer editor que me ofreció una colaboración remunerada y fija por escribir artículos.
Es un hombre el editor que me dijo: “Quiero que escribas un libro”. Ya, ya, a ver si me pongo este verano.
Es un hombre quien me abrió las puertas para trabajar en el sitio donde soñaba trabajar desde pequeña: el Congreso de los Diputados.
Es también un hombre quien decidió contratarme y quien todavía no me ha despedido pese a haber comprobado que soy un maldito desastre.
Es un hombre la persona que duerme a mi lado y al lado de la perra Angie. Un hombre que me quiere y que me cuida, con el que veo los partidos del Madrid y hablo de mamuts y de Marx y me prepara la cena casi todos los días.
Mi vida está llena de muchos hombres buenos que me han querido, me han cuidado y han confiado en mí. Esta columna es para darles las gracias y para pedirles que me sigan acompañando. Seguid acompañándonos a todas, que todavía nos quedan muchas cosas por hacer.