Mal del siglo
¿Cómo interpretar los signos que salen a nuestro paso? Sobre ese interrogante construyó Thomas Pynchon una novelita prodigiosa, La subasta del lote 49, publicada hace más de medio siglo. Su protagonista, la inefable Oedipa Mass, ama de casa californiana a la que su difunto marido deja un peculiar legado, cree descubrir en la California del Sur de los años 60 los restos activos de un sistema postal alternativo al oficial cuya existencia clandestina se remonta al siglo XVIII.
¿Cómo interpretar los signos que salen a nuestro paso? Sobre ese interrogante construyó Thomas Pynchon una novelita prodigiosa, La subasta del lote 49, publicada hace más de medio siglo. Su protagonista, la inefable Oedipa Mass, ama de casa californiana a la que su difunto marido deja un peculiar legado, cree descubrir en la California del Sur de los años 60 los restos activos de un sistema postal alternativo al oficial cuya existencia clandestina se remonta al siglo XVIII. Trystero es su nombre y su símbolo una corneta postal silenciada que, dibujada en lugares inverosímiles, suele figurar junto a un misterioso término -WASTE- que se revela como el acrónimo de una resistencia organizada durante siglos: We Await Silent Trystero’s Empire. Pero Oedipa termina su peripecia sin saber si Trystero es una conspiración, una broma o una alucinación. Y el lector con ella.
Se diría que los ciudadanos occidentales se encuentran en una situación parecida. A nuestro alrededor se acumulan los signos, pero ignoramos lo que significan. Van de la fuerza electoral del populismo al ascenso del sentimiento nacionalista, pasando por una conflictividad social creciente que se expresa en las movilizaciones callejeras y el bronco desorden de las redes sociales, sin olvidarnos de la involución autoritaria del sistema político chino o las primeras escaramuzas de una posible guerra comercial global. Estamos, desde luego, entretenidos.
¿Qué pensar? ¿Presenciamos un cambio de época, o una vez más solo creemos presenciarlo? ¿Estamos repitiendo el trágico desenlace del optimista, globalizador y tecnológicamente avanzado siglo XIX? ¿O es la alargada sombra de aquel proceso histórico la que confunde nuestro juicio y nos hace ver fantasmas por doquier? ¿Están ya aquí los titanes venideros o son solo imaginaciones nuestras? ¿Tienen razón los nuevos optimistas, o el malestar social entiende poco de series estadísticas y el progreso general hacia lo mejor puede conocer en cualquier momento una regresión temporal hacia lo peor? ¿Y no será un sentimiento eurocéntrico? ¿Somos alarmistas o realistas?
Nos pasa como a Oedipa Mass: ni lo sabemos, ni podemos saberlo. Y mira que nos gustaría.