El nuevo orden mundial
La pujanza china plantea un dilema universal: la soberanía del poder político frente al equilibrio democrático que proporcionan las leyes. De fondo, subyace un debate de ideas que se ancla en la Historia y que suscita nuevos interrogantes con el retorno de la era de los conflictos. Por un lado, la Europa legalista que sostiene los principios continentales de la Ilustración liberal y que reivindica como propios los grandes avances sociales y, por otro, una lógica de poder distinta, más estatalizada en el caso asiático, más pragmática, menos idealista, que rechaza la universalidad de los valores occidentales y pugna por liderar un nuevo orden mundial
La pujanza china plantea un dilema universal: la soberanía del poder político frente al equilibrio democrático que proporcionan las leyes. De fondo, subyace un debate de ideas que se ancla en la Historia y que suscita nuevos interrogantes con el retorno de la era de los conflictos. Por un lado, la Europa legalista que sostiene los principios continentales de la Ilustración liberal y que reivindica como propios los grandes avances sociales y, por otro, una lógica de poder distinta, más estatalizada en el caso asiático, más pragmática, menos idealista, que rechaza la universalidad de los valores occidentales y pugna por liderar un nuevo orden mundial que pivote no ya en torno al Eje Atlántico, sino sobre el Pacífico, con sus cuarenta o cincuenta millones de nuevos consumidores al año.
La tendencia no es nueva, pero sí su formulación explícita. Fue en febrero de 2017 cuando Xi Jinping propuso dar un paso adelante y guiar a la comunidad internacional “para, conjuntamente, construir un nuevo orden mundial más justo y razonable”. Y esto supone, sin duda, entrar en el debate de las ideas con la fuerza que otorga un crecimiento económico ininterrumpido durante décadas –no sólo en China, sino en toda la región– que replantea el viejo dilema de la soberanía del poder político. O, lo que es lo mismo, del realismo crudo frente al sueño moral de la democracia.
El mundo atlántico fue hegemónico durante cinco siglos desde el descubrimiento de América. Ese tiempo ha llegado a su fin. En el siglo XXI, Europa –básicamente Merkel y Macron- tendrá que ofrecer algo más que un modelo político, si quiere ser reconocida como un actor influyente en el escenario global. Y eso requiere, por ejemplo, aceptar que ya no somos el ombligo del mundo. Y que la multipolaridad exige de nuevo abrazar una estrategia global que no se puede desligar de la decisión política. Lo contrario –la apuesta por el aislamiento y la irrelevancia internacional- conduce a una larga decadencia. Fue la errada respuesta de la dinastía manchú de los Qing a los desafíos industriales y tecnológicos que surgieron en el siglo XIX. Las rimas de la Historia actúan como guías en la incertidumbre. Tampoco ahora resulta una excepción.