THE OBJECTIVE
Aurora Nacarino-Brabo

No disparen al futbolista

Las chicas se han ido incorporando al fútbol con una naturalidad que contrasta con los aspavientos de algunos autoproclamados representantes del feminismo. Y también con el inmovilismo de muchos que se quedaron en el siglo XX. En el año 2018, clama al cielo que el mejor equipo de la historia del fútbol, el Real Madrid, no cuente con una sección femenina que celebre sus goles en el Bernabéu.

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El pasado sábado, la Liga de fútbol femenino enfrentó en el Wanda Arena al Atlético de Madrid y el Madrid CF, en el que puede considerarse el derby de la capital. El líder recibía a un equipo recién ascendido, pero que se ha ganado a pulso la permanencia en la categoría, colocándose en la séptima plaza de la clasificación y demostrando que puede arrancarle un punto al Atleti en su casa (el encuentro finalizó 2-2, pueden ver los goles aquí).

Más de 22.000 personas se dieron cita en el antiguo estadio de La Peineta en una tarde fría y lluviosa para ver a las chicas. Los partidos de la Liga femenina generan una afluencia de público creciente, y ya rivalizan en popularidad con disciplinas masculinas como el baloncesto. El fútbol ha dejado de ser cosa de chicos: se nota en las gradas, en los patios de los colegios y en las escuelas deportivas de barrio.

Es, sin duda, una buena noticia. Por eso no se entiende que, precisamente ahora que las chicas se abren camino en el fútbol, una organización supuestamente progresista como CC.OO. inicie una campaña contra su práctica en los colegios. En un documento oficial con “ideas para una escuela con perspectiva de género”, el sindicato dice: “Dejemos fuera esos juegos competitivos que monopolizan los espacios y excluyen a quienes no participan en ellos. ¿Por qué pistas de fútbol y no pistas de baile?”.

Yo, que a mis treinta años sigo jugando al fútbol, recuerdo como uno de los periodos más aciagos de mi infancia el año que se puso de moda bailar las canciones de las Spice Girls en el recreo. Eso no significa que no debamos prestar más atención a la inclusividad de los espacios de juego, pero tachar el fútbol de excluyente y tratar de establecer categorías morales en los usos del recreo no parece pertinente.

En primer lugar porque proscribir los juegos que implican la competición supone la práctica erradicación de la diversión. Piensen en los juegos que nos gustaban de niños, desde el balón prisionero hasta el rescate, pasando por el escondite, la liebre y hasta los juegos de mesa: en todos ellos había que competir, en todos había ganadores y perdedores. ¡Y no era un drama! Inculcar a los niños que competir es inevitablemente malo puede generar mucha frustración en el tránsito a la vida adulta, especialmente al afrontar la realidad del mercado laboral. Y también puede producir equívocos dañinos establecer una rivalidad innecesaria entre competición y cooperación: hay un momento para cada cosa.

Las niñas no necesitan que se persiga el fútbol en los recreos. Necesitan, para empezar, que no se dé por hecho que el fútbol es un juego de chicos. En países como Estados Unidos el llamado soccer es más popular entre mujeres que entre hombres. Y en España cada vez son más las chicas que juegan al fútbol: hace unos días, un amigo me decía que su hija le había pedido un balón para su cumpleaños, porque en el recreo niños y niñas juegan juntos.

Las chicas se han ido incorporando al fútbol con una naturalidad que contrasta con los aspavientos de algunos autoproclamados representantes del feminismo. Y también con el inmovilismo de muchos que se quedaron en el siglo XX. En el año 2018, clama al cielo que el mejor equipo de la historia del fútbol, el Real Madrid, no cuente con una sección femenina que celebre sus goles en el Bernabéu.

A unos y otros, los presuntos aliados y los machistas trasnochados, solo les pido una cosa: que no me obliguen a bailar y que no disparen al futbolista.

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