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Nuestro George Wallace

El 14 de enero, y también en la surista Montgomery el frío aplaca los ánimos. No los de George Wallace, que se dirige al público y a las cámaras con el fuego interno de quienes están llamados a jugar un papel decisivo en la historia.

Opinión
  • Elegí vivir de contar lo que acaece. De todas las ideas sobre cómo debemos convivir, la libertad no me parece la peor.

El 14 de enero, y también en la surista Montgomery el frío aplaca los ánimos. No los de George Wallace, que se dirige al público y a las cámaras con el fuego interno de quienes están llamados a jugar un papel decisivo en la historia. Se inaugura como gobernador de Alabama con un claro mensaje, que le acompañará hasta el final de sus días: “Segregación ahora, segregación mañana, segregación por siempre”. Richmond Flowers, recientemente elegido como fiscal general de Alabama, dijo que Wallace “sólo puede traer más que deshonra a nuestro Estado, la aplicación de la ley militar sobre nuestro pueblo y demagogia política a los líderes responsables”. Las palabras de quienes se oponían al supremacismo, apenas velado, despertaron una reacción entre indignada y grave por la injusticia que entrañaban y por el enfrentamiento que auguraban.

El discurso de Wallace no sólo se oponía al sentido más elemental de la justicia, como decía el fiscal Flowers. Se oponía a la ley. El 11 de junio de ese mismo año, 1963, Wallace se apostó frente a la entrada de la Universidad de Alabama para evitar la entrada de dos estudiantes negros. Kennedy respondió con la orden ejecutiva 11111, que ponía bajo el control federal la Guardia Nacional. Hizo falta que el ayudante del fiscal general, Nicholas Katzembach, y el Guarda General Henry Graham, acompañados de miles de efectivos, le indicasen a Wallace que se echase a un lado. Tenían de su lado la fuerza. Una fuerza respaldada por la ley, interpretada nueve años antes por el Tribunal Supremo, que decretó (Brown v. Board of Education of Topeka) que no se podía expulsar a nadie de la educación pública por criterios raciales. La acción del gobierno quedó refrendada por la posición moral de Kennedy, quien recordó que “la raza no tiene lugar en la vida o la ley en América”.

Wallace siguió siendo gobernador de Alabama muchos años; dieciséis, para ser precisos. Pero tuvo que atenerse a la ley. Es más, acabó reconociendo la medida de su inmenso error político, e incluso se granjeó no poco voto negro en sus últimas aventuras políticas.

Wallace fue muy popular. Pero su proyecto no pudo superar la mayor fuerza de unas instituciones sustentadas sobre una Constitución basada en los derechos individuales, y que estaban en manos de personas que estuvieron a la altura de las circunstancias. Nosotros, a nuestro Wallace, el gobierno de Rajoy ha respondido con la rendición en nombre del diálogo.