THE OBJECTIVE
Jorge San Miguel

La Era de Acuario

Hace un par de semanas comí con unos amigos socialdemócratas. Tengo muchos amigos socialdemócratas. Casi todos, de hecho. Incluso yo mismo soy un poco, a mi manera, socialdemócrata -es mi manera de ser conservador y “de orden”, como esos católicos de los que habla Sartre, que son católicos precisamente para no tener que creer en nada.

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La Era de Acuario

Hace un par de semanas comí con unos amigos socialdemócratas. Tengo muchos amigos socialdemócratas. Casi todos, de hecho. Incluso yo mismo soy un poco, a mi manera, socialdemócrata -es mi manera de ser conservador y “de orden”, como esos católicos de los que habla Sartre, que son católicos precisamente para no tener que creer en nada. La manera más sencilla hoy de ser una persona civilizada es ser socialdemócrata, y yo me aplico a ello cuando dudo.

Como digo, comí con los amigos socialdemócratas. Nos juntamos de vez en cuando en torno a una mesa para hablar de Cataluña, y esta era la segunda vez después del golpe de septiembre, y la primera tras la moción de censura y el advenimiento de esta nueva Era de Acuario socialdemócrata. De hecho, si la vez anterior nos habíamos reunido bajo anómalos reflejos anaranjados, esta vez la cosa adquirió por momentos tintes de satyagraha socialista. Es cierto que se han dado grandes prodigios a la vez, señales de un tiempo nuevo en la política, los medios de comunicación, la vida civil y hasta la vida espiritual de los españoles. Es una suerte de “restitutio orbis” por la que el antaño país de sombras franquistas se ha convertido de repente en un lugar majete para vivir. Un país “del que no apetece irse”.

Esto es así porque, piensan mis amigos socialdemócratas, lo natural, como respirar, es que gobierne el PSOE, y mientras el PSOE, el Gobierno y determinados medios de comunicación estén alineados, nada malo puede suceder. Creen que un gobierno socialista se puede pasear por la línea de fuego como el coronel Kilgore sin que sobrevenga un percance, porque su manejo de las cosas es una proyección del orden fundamental del universo. “Donde está un gobierno socialista no puede suceder nada”, parecen decirse, como cuenta Magris que decía Haydn de sí durante los bombardeos franceses en Viena. No obstante, las cosas suceden.

Si el éxito (temporal, como todos los afanes humanos) de los gobiernos de Zapatero fue aunar la puesta en escena progresista con un manejo de la economía ortodoxo -tan ortodoxo que no se desviaron ni un centímetro de la burbuja para evitar el tortazo de 2008-, el gobierno Sánchez es una especie de apoteosis del zapaterismo, hasta el punto de que va a gobernar con unos presupuestos heredados del Partido Popular. En esto solo lleva a la conclusión lógica la tendencia natural de la izquierda posmoderna: operar cuanto más tiempo mejor en el logos y los discursos, no sea que haya que atender alguna necesidad material, o dejar de atender otras, y rendir cuentas de ello. Normalmente ya tenemos el espantajo europeo para culpar de la restricción presupuestaria, pero en una novedosa vuelta de tuerca el gobierno Sánchez podrá culpar también a los presupuestos con los que ha elegido gobernar y, superará dialécticamente la distinción entre teoría y práctica: nosotros ponemos la teoría, que es lo bonito, y la práctica se la enjaretamos al gobierno anterior, que seguirá ejecutando “presupuestos antisociales” desde la tumba ante la hilaridad general, como el fantasma de Canterville.

Estábamos, como decía, sumidos en una cierta comunión de las almas buenas, cuando apareció de repente a la izquierda de la mesa y de la socialdemocracia un famoso periodista de televisión, que era el invitado sorpresa. Le tocó sentarse a mi lado y cruzamos algunas palabras con cordialidad, si acaso algo intrigado él porque alguien como yo supiese usar cubiertos y no se comunicase con gruñidos. Por lo demás, su discurso sobre Cataluña se ajustó perfectamente a lo esperable: tan perfectamente que en realidad me dieron más miedo mis amigos socialdemócratas que, salvo una excepción que yo recuerde, no le llevaron la contraria. El cambio de era los ha pillado compartiendo barco con esa izquierda del pensiero debole que nuestro invitado sorpresa encarna, y por el momento nadie quiere ser el aguafiestas.

Tan poco quieren ser aguafiestas que el rollito wonkie que algunos quisimos promover en España no hace tanto, con atención a las políticas públicas y a los datos, parece haberse ha convertido de repente en un estorbo. Donde antes había dilemas y trade-offs, ahora hay “luchas complementarias”; las restricciones presupuestarias vuelven a ser cosa del pasado y, donde antes se pesaba la progresividad de las propuestas políticas con la severidad de un juez de ultratumba, ahora menudean las aproximaciones lakoffianas al manejo de los marcos y los tiempos por parte del gobierno. Véase mi ingenuidad: hasta ayer no me había dado cuenta de que nunca tuvimos que enfrentar la dialéctica de los numeritos a un gobierno “de progreso” en ejercicio. Como dice Stathis Kalyvas, la conversión de los críticos en apologetas es siempre un fascinante espectáculo; espectáculo que quizás distraiga algo esa inquietante sensación de que le están robando a uno la cartera.

En fin, toda esta divagación era para decir que el chiste que nos están contando no me hace gracia, y que ya nos lo han contado otras veces y sabemos cómo acaba. Yo a mis amigos socialdemócratas los quiero mucho, pero precisamente porque los quiero no me viene en gana darles la razón cuando no la tienen.

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