Política y periodismo, mucho mejor en verano
Vivimos en un espacio mediático hipertrofiado por la información política. No sobre políticas, sino alrededor de detalles nimios y zafios, carentes de toda relevancia real que impiden la política. Lo estamos viendo con las primarias del Partido Popular que se votan hoy, y que muchos en televisión y diarios narran con la épica y el sentido trascendental de la crisis de los misiles de Cuba, y otros con el detallismo de un libro de Antony Beevor sobre la estrategia militar de los aliados en el Día D. Menudencias a las que, sin embargo, acudimos ansiosos para poder participar en la última tangana digital en Twitter o de un grupo de Whatsapp. Cuando todo indigna o interesa, nada indigna o interesa. Porque una indignación o un interés real no dura cinco minutos o una semana, que es lo que tardan en desaparecer nuestras polémicas cotidianas.
Vivimos en un espacio mediático hipertrofiado por la información política. No sobre políticas, sino alrededor de detalles nimios y zafios, carentes de toda relevancia real que impiden la política. Lo estamos viendo con las primarias del Partido Popular que se votan hoy, y que muchos en televisión y diarios narran con la épica y el sentido trascendental de la crisis de los misiles de Cuba, y otros con el detallismo de un libro de Antony Beevor sobre la estrategia militar de los aliados en el Día D. Menudencias a las que, sin embargo, acudimos ansiosos para poder participar en la última tangana digital en Twitter o de un grupo de Whatsapp. Cuando todo indigna o interesa, nada indigna o interesa. Porque una indignación o un interés real no dura cinco minutos o una semana, que es lo que tardan en desaparecer nuestras polémicas cotidianas.
Las redes sociales y el nuevo modelo de negocio periodístico basado en el «clickbait» o «ciberanzuelo» han generado un espacio público digital abrasador que obliga a cualquier líder social a fajarse en la imagen y en la estética y a descuidar el fondo. No obstante, seremos nosotros y los medios –algoritmos y Big Data mediante, cada vez más los segundos son, sencillamente, un reflejo de los deseos de los primeros– quienes criticaremos que tal o cual persona que nos pide el voto o que nos gestiona los dineros sea un «ignorante», un ser vacío. Por desgracia, pocos lo hacen entre capítulo y capítulo de El gatopardo o ¡Absalón! ¡Absalón! No estoy tan seguro de que ese desprecio generalizado deba ir en el sueldo de un gestor público.
En verano todo cambia, como cantaba Mercedes Sosa. O casi todo, porque ahí están los coches con las lunas bajadas y el reggaetón atronando, o los turistas sin camiseta paseando augustos su piel color salmonete, porque lo que pasa en la Costa del Sol se queda en la Costa del Sol. Pero hay un efecto verdaderamente balsámico en los medios y en la política durante el estío. Incluso cuando aparecen noticias insustanciales, son tan evidentemente absurdas que queda claro que es puro relleno del periodista o del becario de guardia. La realidad informativa adquiere en el verano su dimensión genuina. Aún recuerdo un teletipo de una agencia de noticias que, en pleno agosto de 2015, informaba de que «El PP de Jerez denuncia que una biblioteca está cerrada y el Ayuntamiento le dice que se entra por otra puerta», una nota que reprodujeron muchos diarios digitales de información generalista nacional. Pueden hacer la prueba en Google.
Lo preocupante no es que esto ocurra en verano, entre caña y caña y siestas reparadoras tras varias horas con los sobrinos, sino que durante el resto del año no nos demos cuenta de que consumimos, en realidad, muchas tonterías similares, aunque algo más disimuladas en su vacuidad y presentadas con solemnidad, y quizá con buen estilo. Solo que nosotros nos las tomamos en serio. Cuando me reconozco en una situación así, siempre pienso que hay alguien, en algún sitio, riéndose de mí. Con toda justicia.