Obama y el “diálogo” entre Torra y Sánchez
Hace tiempo que se observa en política un preocupante desinterés por los hechos. El máximo exponente de ello es Donald Trump, que cuando los periodistas confrontan los hechos y datos de sus políticas, él se limita a hablar de “hechos alternativos”. En Europa este relativismo también ha cuajado, sobre todo, en cierta izquierda infantil y posmoderna.
Hace tiempo que se observa en política un preocupante desinterés por los hechos. El máximo exponente de ello es Donald Trump, que cuando los periodistas confrontan los hechos y datos de sus políticas, él se limita a hablar de “hechos alternativos”. En Europa este relativismo también ha cuajado, sobre todo, en cierta izquierda infantil y posmoderna.
Ahora Obama ha visitado Madrid y los medios de comunicación han destacado su discurso sobre la necesidad de combatir el cambio climático. Pero esta aproximación científica del expresidente de Estados Unidos sobre los problemas más apremiantes que la humanidad tiene por delante también abarcó el tan usado “diálogo”. Una palabra que, en nuestro país, ha perdido sentido.
Decía Obama con gran lucidez que «el diálogo es imposible si no hay un mínimo acuerdo sobre los hechos; si yo digo que esto es una mesa y mi oponente dice que es una silla, así no hay manera”.
Con la reunión en Moncloa entre Pedro Sánchez y Quim Torra, sin embargo, esta obviedad sobre el diálogo se ha traducido en acusaciones hacia sus detractores de buscar el “conflicto permanente” y la “polarización” de la sociedad catalana.
La política es compleja y alejada de la pureza teórica. Es comprensible que Pedro Sánchez quisiera reunirse con Quim Torra para conocer de primera mano a quién tiene delante y a qué está dispuesto. Pero también es cierto que Torra no solo no ha renunciado a ninguna de las acciones fuera de la legalidad emprendidas por el secesionismo sino que sigue, en palabras de Obama, viendo una silla donde hay una mesa: diga lo que diga Torra, Cataluña no es un territorio donde pueda aplicarse el derecho a la autodeterminación. Así lo establecen el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1977) y la Convención de Viena (1993).
Pero ya sabemos que, para los populistas y nacionalistas, solo hay “versiones” de la verdad. Solo hay su versión de la realidad. O peor aún, solo cuenta lo que sienten y no lo que es. Y, así es como una mesa se convierte en silla y el diálogo deviene imposible.