THE OBJECTIVE
Carlos Mayoral

El lenguaje no puede ser inclusivo

Así que no, señora ministra, el lenguaje no puede ser inclusivo. Cúrrese usted un sistema educativo que destierre la lacra del machismo de esta sociedad que habitamos, y verá que rápido registran el cambio los señores académicos.

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El lenguaje no puede ser inclusivo

Hace unos días, la ministra Carmen Calvo deslizó la posibilidad de poner la Constitución en manos de la Academia para que, en un alarde de superheroísmo, los académicos que por allí se pasean cada jueves consigan que el lenguaje de la carta magna sea «inclusivo». Pretende así la ministra, me temo, que se reduzca el machismo o, qué sé yo, que las reducidas cuotas de poder de las que por desgracia la mujer ha disfrutado hasta ahora aumenten. Esta suposición es, claro, optimista. Pudiera ser también que la señora Calvo vea en esta medida una travesía ineficaz, inservible, pero que desemboca en un caladero de votos interesante. Esta sería la suposición pesimista y, debo decirlo, no hemos venido aquí a descifrar este tipo de intrigas, así que cambiemos de párrafo.

Dejando a un lado las trapacerías políticas, el caso es que el lenguaje no puede ser inclusivo: lo tienen que ser las sociedades encargadas de moldearlo. Sólo entonces los restos del machismo histórico que (sí, señora ministra) pululan por el lenguaje desaparecerán, y sólo entonces dejará la Academia de registrar un uso que está en la calle. No es machista, por cierto, utilizar el masculino como género no marcado. Es una evolución fonética del latín, donde los neutros acabados en vocal ‘u’ tónica han desembocado en la apertura de la ‘o’ masculina. Insisto, no es esto machismo, señora Calvo, es una cuestión de supervivencia de los órganos fonadores. Así, nos resultó más fácil fonéticamente evolucionar de «templum» a «templo». No pasó lo mismo con algunos neutros plurales. Fonéticamente, nos resultó más fácil evolucionar de «fortia» a «fuerza». Parece ser, señora ministra, que aquí nuestra glotis no decidió ser machista.

Pero vuelvo a la relación entre la realidad, el lenguaje y las academias para dejar clara la idea por la que nació esta columna: el diccionario no cambia la realidad. Pongo dos ejemplos explicativos. Primero, hasta una de sus últimas actualizaciones, el DRAE definía el término «matrimonio» como unión exclusiva entre hombre y mujer. Sin embargo, en España ya llevábamos años registrando matrimonios entre personas del mismo sexo. ¿Lo impedía la desactualización del diccionario? Obviamente no. El diccionario siempre va por detrás de la realidad. Y segundo, me fijo en el término «esclavo», que nació por la mala consideración que los griegos tenían con los eslavos milenios atrás. ¿Nació como un término despectivo hacia la raza eslava? Sí. Sin embargo hoy ya nadie cree que la raza eslava esté oprimida en los términos de entonces, aunque esa asociación se mantenga en el diccionario a través del término «esclavo». Luego esa relación semántica no tiene tanto poder como para cambiar la realidad: los eslavos ya no «son» lo que dicta el lexicógrafo.

Así que no, señora ministra, el lenguaje no puede ser inclusivo. Cúrrese usted un sistema educativo que destierre la lacra del machismo de esta sociedad que habitamos, y verá que rápido registran el cambio los señores académicos.

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