El lenguaje inclusivo e inclusiva
Periodista es una palabra que me representa. Es de género femenino y mi sexo es masculino, pero me siento incluido en ella. Que alguien se dirigiera a mí como periodisto me supondría una aberrante forma de clasificación extemporánea, por no decir un insulto. Una parte (esto es importante) del movimiento feminista ha tomado el lenguaje inclusivo como símbolo de lucha, como seña de identificación, una bandera que enarbolar para demostrar en qué equipo juegas.
Periodista es una palabra que me representa. Es de género femenino y mi sexo es masculino, pero me siento incluido en ella. Que alguien se dirigiera a mí como periodisto me supondría una aberrante forma de clasificación extemporánea, por no decir un insulto. Una parte (esto es importante) del movimiento feminista ha tomado el lenguaje inclusivo como símbolo de lucha, como seña de identificación, una bandera que enarbolar para demostrar en qué equipo juegas.
Hoy en día, la época del postureo por excelencia, cualquier reivindicación del yo es insuficiente. Esta forma de hablar del nosotros y nosotras, diputados y diputadas, votantes y votantas, constancia y constancio, se vende como inclusivo y es de lo más excluyente. Esta jerga popularizada por algunos políticos populistas embarra el lenguaje, lo embadurna de ideología y pretende hacer creer a la audiencia que todos no se refiere a todos si no decimos todos y todas. El hablar inclusivo no solo atenta contra la estética y contra la economía del lenguaje, motivos más que suficientes para dejar de utilizarlo, es un ataque contra el sentido común. No se está ganando la batalla al machismo por terminar todas las palabras en -a o por utilizar el género femenino sin filtro. Si solucionar un problema social fuera tan sencillo como eliminar palabras del diccionario, no sé a qué esperamos para quitar de nuestro vocabulario “robar”, “asesinar” o “violar”.
El lenguaje está para facilitar la comunicación entre las personas, no pertenece a ninguna ideología, aunque se intente prostituirlo para vender un mensaje. El reciente encargo del Gobierno a la Real Academia Española (RAE) para que transforme la Constitución al lenguaje inclusivo es un sinsentido. La Constitución ya nos incluye a todos, hombres y mujeres, con los mismos derechos y obligaciones ante la ley. Se trata de un ejemplo más de la política postureo que no va a ninguna parte. Mientras los políticos siguen dando discursos y discursas insulsos e insulsas, pocos se atreven a abordar medidas reales y muy necesarias para estimular la contratación femenina o una educación que fomente el respeto.
El diputado de Ciudadanos, Félix Álvarez, estuvo excelso hace escasos días en la Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados, donde puso en evidencia el lenguaje inclusivo leyendo un fragmento de ‘La Regenta’ utilizando esta jerga. El resultado fue hilarante a la par que ilustrativo, pues no hay mejor forma de ejemplificar la sinrazón de esta moda. Afortunadamente para los periodistas, este lenguaje no ha calado mucho en el oficio. ¿Se imaginan cuántos caracteres hacen falta para que cumpla los dogmas del lenguaje inclusivo? Terminaré reivindicando a un ídolo millenial: Harry Potter. En el universo del niño mago, nadie se atreve a pronunciar el nombre “del que no debe ser nombrado”, Lord Voldemort. Potter era el único que se atrevía a llamarlo por su nombre y, qué casualidad, fue el que lo convirtió en cenizas. “El niño que sobrevivió” no creía en las políticas lingüísticas para solucionar problemas de una dimensión distinta.