Otro otoño caliente

“Il nazionalismo senza solidarietà” tituló en portada La Repubblica cuando, hace un año, el separatismo catalán decidió romper toda relación con la ética y pervertir una manifestación que debía ser un homenaje a las víctimas y una condena al terrorismo yihadista que golpeó en Barcelona y Cambrils. Y sin solidaridad siguen mostrándose, ahora con un presidente que no puede pasar ni un solo día sin pregonar amenazas e insultos. En una jornada para las víctimas del terrorismo -sólo pidieron 24 horas de tregua-, Torra se dedicó a agitar a sus huestes, animándolas a “atacar al Estado”, aunque ya sabemos que sus objetivos prioritarios son los catalanes no independentistas. Como abusones cobardes van a por los que se sienten desprotegidos y ya han empezado a prevaricar enviando a mossos a intimidar a aquellos que limpian el espacio público de simbología partidista. Tanta indignidad sin contención lleva a pensar que quieren convertir Cataluña en un polvorín. Parece que deseen que salte la chispa que les haga sentir de nuevo en el centro de las miradas de todo el mundo. Claro, el nacionalismo es narcicismo y la democracia o la convivencia son simples minucias al lado de su ego.

Las máscaras ya han caído. Las estrellitas del establishment separatista han desatado todas sus fobias -homofobia incluida- contra los impuros. Todo vale para tapar el gran engaño del procés y, puesto que las mentiras fueron de gran calibre, lo que nos espera los próximos meses en Cataluña será de aúpa. En septiembre es probable que intenten pasar de puntillas sobre el recuerdo de los hechos del Parlament de los pasados 6 y 7 de septiembre. Con la pretensión de abolir Estatuto y Constitución, allí se inició un auténtico golpe a la democracia. Aquella actuación autoritaria cuestiona su relato. Se centrarán en proclamas que caldeen la Diada, cuando vuelvan aquellas manifestaciones que no se distinguen de otras por ser especialmente pacíficas, como se señala desde el supremacismo, sino por el gran apoyo que reciben de los poderes políticos para su movilización. Y también por sus norcoreanas coreografías, inéditas en la Europa del siglo XXI. Nos gustaría cantar aquello de wake me up when september ends, pero octubre será peor. La imposición de toda su mitología y la persecución del disidente se incrementarán.

No debería pillar a nadie desprevenido. Han avisado. Es su monotema. Así pues, la irresponsable llamada de Torra a sacudir el árbol para que caigan las nueces debería poner en alerta al gobierno de España. Van a por todas y los catalanes que han dicho basta ya al nacionalismo son su principal obstáculo. A la vuelta del verano, algunos volveremos a formar parte de encuentros en búsqueda del seny y el entendimiento, pero erraríamos en el análisis si no asumiéramos que el nacionalismo va a generar toda la tensión posible de aquí a las próximas elecciones municipales. Una cosa es buscar la paz social y otra muy diferente es creer que se puede apaciguar con cesiones a políticos como Torra, quien habla y escribe como los antisemitas de siglos pasados. De hecho, son dos estrategias contradictorias. En el futuro será necesario un discurso de reconciliación nacional, pero ante el otoño que está urdiendo el separatismo bien haría Pedro Sánchez en rectificar y preparar medios de protección de los derechos de todos los catalanes. Los efectos de la aplicación del artículo 155 no deberían diluirse. Ya que a los inquilinos de la Generalitat no les importa la ética, hagamos que, por lo menos, teman volver a vulnerar la ley.