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Las calles limpias

La Fiscal General del Estado, a quien llamaríamos “la fiscala” con un lenguaje inclusivo, ha dado su opinión sobre las manchas amarillas en el espacio público: ocupar el espacio público con símbolos gualdos, y retirarlos, son ambos actos amparados por la libertad de expresión. Bien está.

Opinión
  • Elegí vivir de contar lo que acaece. De todas las ideas sobre cómo debemos convivir, la libertad no me parece la peor.

La Fiscal General del Estado, a quien llamaríamos “la fiscala” con un lenguaje inclusivo, ha dado su opinión sobre las manchas amarillas en el espacio público: ocupar el espacio público con símbolos gualdos, y retirarlos, son ambos actos amparados por la libertad de expresión. Bien está. Todo espacio público es un campo de conflicto. En un ámbito privado decide el dueño, que para eso es suyo, pero sobre la cosa pública siempre cae un exceso de pretensiones que sólo puede resolverse con una combinación más o menos certera de criterio político y de sentido cívico ciudadano (perdónenme el pleonasmo).

En una sociedad avanzada triunfan el respeto a los demás y, por encima de todo, la higiene, sobre la ocupación partidista de lo común. Pero estamos hablando de Cataluña, una sociedad en un proceso acelerado de involución. Cataluña vive el desplome de la civilización; el retorno a la tribu. Una apocatástasis del catalán actual a los estadios más primitivos del hombre en los que, con plena justicia, científicos e historiadores racistas catalanes ya han identificado las trazas del catalán actual de pura cepa.

Por eso, por dar rienda suelta a un natural impulso civilizador, por mostrar que lo que es de todos no es en exclusiva de nadie, por pura supervivencia, y por higiene, hago un llamamiento a todo ciudadano consciente de su estatus no tribal a que retire los símbolos amarillos del espacio público.