El antifranquismo ya dura más que el franquismo
Nuestros antifranquistas de salón son unos personajes la mar de curiosos, porque su dependencia de Franco está atada y bien atada. En realidad, cada uno es un mini Valle de los Caídos unipersonal, en el que Franco está enterrado muy adentro: y de ahí sí que no lo saca ni Sánchez (Dios no digamos).
Nuestros antifranquistas de salón son unos personajes la mar de curiosos, porque su dependencia de Franco está atada y bien atada. En realidad, cada uno es un mini Valle de los Caídos unipersonal, en el que Franco está enterrado muy adentro: y de ahí sí que no lo saca ni Sánchez (Dios no digamos). Sánchez, de hecho, es un mini Valle de los Caídos unipersonal que hace footing por Moncloa. Su Franco interior da botes como si estuviera bailando “Rascayú, cuando mueras qué harás tú”.
Recuerdo que en la Transición se pusieron de moda los libros (biografías y novelas) sobre Franco. Le preguntaron a Savater si pensaba escribir el suyo y respondió que no habíamos estado cuarenta años soportando a Franco para pasarnos otros cuarenta recordándolo. Por entonces haría diez o quince de su muerte. Este 2018 se cumplirán cuarenta y tres: el antifranquismo ya es más largo que el franquismo.
El Valle de los Caídos era, después de todo, una solución. Ya que quedaban algunos franquistas, era buena idea mandarlos a sesenta kilómetros de Madrid a que hicieran sus cosas. Allí, entre montañas, practicaban su franquismo sin molestar a nadie. El escándalo sobrevenido de nuestros antifranquistas es como el de la viejecita del chiste, que llama a la policía porque en el balcón de enfrente hay una pareja follando.
—Pero ahí no vemos nada, señora.
—Súbanse en esta mesa y los verán.
Daniel Utrilla cuenta en ‘A Moscú sin Kaláshnikov’ que en la capital rusa existe una secta religiosa que rinde culto a Franco, con sus estampitas, sus misas, sus procesiones y sus rezos. Los acólitos del Valle de los Caídos venían a ser lo mismo: se metían en su catacumba a rezar brazo en alto. Ahora Sánchez ha cogido el tarro y va a espolvorear todo el país de franquistas enloquecidos. Y mientras, acoge en Moncloa y le enseña la fuente de Machado al gobernante español más visceralmente franquista del momento: Quim Torra.
Encima Sánchez le hace un favor a Franco: lo lleve donde lo lleve, nunca será un lugar tan horroroso como el Valle de los Caídos.