THE OBJECTIVE
Gonzalo Gragera

Esos raros pacíficos: de golpe a golpes

En esa actitud tan insistente sobre el pacifismo en los discursos del independentismo subyace otra lectura. No hay tanta intención de ser pacífico como de buscar en el pacifismo un modo más de provocación.

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Esos raros pacíficos: de golpe a golpes

Casi un año desde que el nacionalismo catalán comenzara –invocara— el procés y la cronología advierte evidencia: el independentismo no opta por el pacifismo, no es un movimiento político pacífico. Contra el cuento macabeo, el relato, impuesto desde la propaganda de la política independentista catalana, apenas nada en él se ha preparado desde la intención de las buenas maneras: ni políticas ni jurídicas ni sociales. No ha habido ejemplo ni demostración alguna de civismo, aunque en su legítima perorata traten de venderse en lo contrario. En este casi año que ha durado, está durando, su pretensión separatista, en multitud de ocasiones hemos visto, leído, oído, cómo se insistía, desde ese tono tan soberbio de quien explica una trasparente obviedad, en que el independentismo era ante todo un proyecto pacifista. Recordemos las comparaciones de Puigdemont con Mandela, por citar uno de los tantos irrisorios capítulos que esta trama nos ha regalado.

Pero nada de pacifismo en quien en la calle agrede sedes de partidos adversarios y en las instituciones desprecia, coacciona, ignora, las ideas del que se mantiene al margen. No han sido pocos los momentos en los que el independentismo ha mostrado una actitud violenta respecto de sus contrarios: desde ataques a los locales de Ciudadanos hasta tratar de imponer la voluntad personal –popular apuntan ellos— a la ley de todos, al consenso cívico de una sociedad democrática en la que dudamos que crean, tanto por interés partidista como por estrategia política. Aquello del nacionalismo moderado, hoy día, se reserva para una sociedad catalana que no sabemos muy bien dónde está. Desde luego que no se encuentra entre quienes apoyan con votos a los separatistas ni entre los que permiten, aunque sea por omisión, la intromisión de la idea –la mentira- en unas calles que bien estarían ajenas a la mancha de la discordia, de la provocación, cuyo nombre lleva lazo de color amarillo.

En esa actitud tan insistente sobre el pacifismo en los discursos del independentismo subyace otra lectura. No hay tanta intención de ser pacífico como de buscar en el pacifismo un modo más de provocación y, a su vez, de activar un victimismo que es eje sobre el que depositan toda la arquitectura de su propaganda. Está premeditado, lo saben: los independentistas que apelan a una supuesta voluntad pacífica cuando al mismo tiempo imponen el criterio particular sin mayoría ni respaldo legítimo alguno, provocan a la sociedad, quien reaccionará con el rechazo a la propuesta, lo que propiciará esa caricatura de víctima, de imagen de la opresión de un Estado, de una sociedad que no comprende las aspiraciones del nacionalismo y que condiciona la libertad de una opción política que es legítima, pero que no acepta las reglas de la democracia.

Y así vamos para el año. Un año desde que todo empezara. Un año en el que el independentismo ha demostrado cuáles son sus objetivos, sus formas, sus prioridades y sus ventajas. Entre estas últimas, con los hechos en la memoria, ninguna; entre las primeras, la división de la sociedad catalana, la tergiversación, la provocación, el disturbio y un pacifismo muy raro: del golpe a los golpes. De la toma de las instituciones al odio en los parques.

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