El lugar de la memoria
Pensar el uno del octubre de 2017 como momento central del catalanismo ilumina algunas de estas reflexiones escritas por el autor alemán.
Al finalizar la I Guerra Mundial, el joven oficial alemán Ernst Jünger reflexionó en una serie de libros dedicados a la fotografía sobre el impacto de las imágenes. Un cierto pesimismo –que se acentuó con el tiempo tras la experiencia del siglo XX– se traslucía ya entonces en su pensamiento. Para Jünger, fotografiar la violencia y reproducirla industrialmente congela el dolor en un punto fijo de la memoria, lo que impide la reconciliación. O al menos la dificulta. De este modo, la identidad colectiva corre el riesgo de construirse perpetuamente sobre una herida abierta, imposible de sanar. No sólo esto: la memoria deja de ser así un espacio abierto al sentido, la justicia y la esperanza para convertirse en la raíz de un conflicto que interesa se perpetúe: una memoria histórica, en definitiva, que divide a la sociedad y enfrenta a colectivos de ciudadanos.
Pensar el uno del octubre de 2017 como momento central del catalanismo ilumina algunas de estas reflexiones escritas por el autor alemán. Al repetir incesantemente las imágenes de los cuerpos de seguridad utilizando la fuerza para impedir la celebración del referéndum ilegal, el nacionalismo busca fijar en la memoria colectiva de la sociedad catalana un lugar de la vergüenza para España, que consuma un evidente punto de ruptura sentimental sin vuelta atrás. Poco importa el profundo carácter antidemocrático del procés (sobre esto se ha escrito abundante y profusamente; el profesor Manuel Arias Maldonado, por ejemplo), la grave violencia institucional –inaudita en un Estado de derecho– que supuso la aprobación de las leyes de “transitoriedad jurídica” el 6 y 7 de septiembre del año pasado o el peligroso embuste –esa “mentira fértil” de la que se jactaba en privado uno de los principales asesores de Artur Mas– en que ha consistido de principio a fin el relato soberanista. Poco importa, porque la pretensión clásica de los populismos es precisamente fijar un espacio de la memoria hostil a la concordia, un campo moral minado por el rencor y la desconfianza. La mutación emocional e ideológica de las sociedades se produce así, suscitada por los demagogos, roturada por el cinismo, traspasada por el engaño. Permanecen las heridas abiertas como altar sagrado de un pretendido nuevo demos, ajeno ya a cualquier similitud con la ilustración. No rindamos culto a esa memoria, porque detrás sólo se oculta la pasión mítica de las furias, ese inquietante fervor que para construir tiene que destruir primero.