La jugarreta Valls
Es entrañable con qué naturalidad ha calado la idea de que el candidato Valls va por libre y que en Ciudadanos están un poquito entre molestos y preocupados. El propio Valls va repitiendo que Ciudadanos le da un apoyo gratuito y que es de agradecer que le dejen ir tan pancho y a la suya. Se extiende la imagen de un Valls que no se deja controlar, que se rodea de gentes diversas, socialistas muchas, y que quiere recuperar el maragallismo sobre todo en lo de ser un verso suelto, que es lo fundamental. Parecería que Valls le esté haciendo una jugarreta a Ciudadanos, que son quienes lo fueron a rescatar de las sombras de la política parisina y apostaron por darle una segunda oportunidad en los temas del poder, y que pretenda aprovecharse de su generosidad para quedarse con sus votos sin importarle lo más mínimo traicionar después su discurso, sus ideas y su proyecto. Pero la jugarreta de Valls no es más que la jugada de Ciudadanos.+
Es entrañable con qué naturalidad ha calado la idea de que el candidato Valls va por libre y que en Ciudadanos están un poquito entre molestos y preocupados. El propio Valls va repitiendo que Ciudadanos le da un apoyo gratuito y que es de agradecer que le dejen ir tan pancho y a la suya. Se extiende la imagen de un Valls que no se deja controlar, que se rodea de gentes diversas, socialistas muchas, y que quiere recuperar el maragallismo sobre todo en lo de ser un verso suelto, que es lo fundamental. Parecería que Valls le esté haciendo una jugarreta a Ciudadanos, que son quienes lo fueron a rescatar de las sombras de la política parisina y apostaron por darle una segunda oportunidad en los temas del poder, y que pretenda aprovecharse de su generosidad para quedarse con sus votos sin importarle lo más mínimo traicionar después su discurso, sus ideas y su proyecto. Pero la jugarreta de Valls no es más que la jugada de Ciudadanos.
Un Valls de verso suelto es un Valls del que Ciudadanos no tiene que responsabilizarse. Es un Valls que puede declararse catalanista para ganarse la simpatía y los votos de convergentes y socialistas que nunca, jamás de los jamases, podría ganarse Ciudadanos. Un candidato que permite a Ciudadanos cambiar de público sin tener que cambiar de discurso. Y que puede presumir de catalanista y sacar a pasear el fantasma del abuelo Magí porque si con eso gana, gana Ciudadanos, y si con eso pierde, pierde Valls. Y que lo hace, además, por no haber sido suficientemente ciudadano, suficientemente cosmopolita y suficientemente etc. En el peor de los escenarios posibles, Ciudadanos puede incluso darse permiso para desmarcarse a veces y con elegancia de todo lo que pueda incomodar a su electorado tradicional.
Gane o no gane, Valls será el candidato más votado y al mismo tiempo más centrado que haya presentado y que haya podido presentar Ciudadanos. Precisamente por no ser (solo) el candidato de Ciudadanos. La jugarreta Valls es un experimento de desplazamiento y sustitución de la centralidad política catalana que puede salir muy bien y solo un poco mal. Porque Valls se está encontrando con un montón de catalanes que son como aquel Bartlet del Ala Oeste que, harto de dar explicaciones sobre su enfermedad y sus mentiras, se muestra «aliviado de poder centrarse al fin en las cosas que importan», que es jugar a los soldaditos en Haití. La apuesta Valls es la apuesta por todos esos buenos catalanes que están buscando casi nada, una excusilla cualquiera, para votar a un político normal que pueda echar a Colau de la alcaldía sin entregársela al españolismo. Catalanes aliviados de poder centrarse al fin en lo que importa: en los manteros y los yonquis, en la seguridad y la construcción. Aliviados de volver a ser centro al fin y de poder distanciarse del revolucionario de salón que esta misma semana fingía asaltar el Parlament en el nombre del orden y de la moderación, del «seny» y de las «coses ben fetes», sin tener que hacerlo en el nombre de España.
Que todo esto pase por la pretensión retórica de recuperar el maragallismo se basa, sobre todo, en la convicción de que el nacionalismo y el proceso han cerrado Barcelona al mundo. El discurso es poco más que el lejano eco del discurso global sobre las políticas de identidad y no se basa en nada observable en la vida barcelonesa, pero la recuperación del maragallismo significa la recuperación de los problemas con los que sí sabemos tratar, que sí que creemos saber solucionar porque son los problemas normales de las ciudades normales en los países normales. En este sentido es el discurso perfectamente antagónico al excepcionalismo independentista, porque, si algo hemos aprendido ya de Valls y de la fascinación que ha generado su precampaña, es que el auténtico adversario del ombliguismo no es el cosmopolitismo, sino el provincianismo.