Neocensura
Ocurrió en Lagunillas, un barrio de Málaga, pero podría haber ocurrido en cualquier otra parte, porque no hay esquina o rincón que escape ya a la «neocensura».
Ocurrió en Lagunillas, un barrio de Málaga, pero podría haber ocurrido en cualquier otra parte, porque no hay esquina o rincón que escape ya a la «neocensura». La sufrió Ángel Idígoras, pero podría haberla sufrido cualquier otro creador, porque no hay artista que no rebusque antes de escribir, pintar o ilustrar intentando encontrar algún motivo que pueda dejar su idea original en el cajón. Y se ejerció sobre un mural, pero podría haberse ejercido sobre un poema, sobre un corto o sobre una canción, porque ninguna creación es invisible para ella. La «neocensura» trabaja así: el genial ilustrador malagueño había recreado la escena del beso de Robert Doisneau en una tapia malagueña, y sobre el mural había clavado los versos de Aleixandre: «La memoria de un hombre/ está en sus besos». Pocos días más tarde, un héroe anónimo decidió escribir junto a los versos la siguiente pregunta: «Y la memoria de las mujeres ¿donde (sic) está?». Como si la proeza no fuese suficiente, el héroe la coronó con un tajante «machirulo» junto a la firma de Idígoras. El ilustrador, que pintó el mural por amor al arte pero no es gilipollas, decidió liquidar el mural para no alimentar la polémica. Esta última frase, claro, es la más peligrosa.
Ignoro si el héroe anónimo consideraba machista a Idígoras (me niego a creerlo incluso atendiendo a ese tajante «machirulo», pues sólo ejercía de mensajero entre el pensamiento de Aleixandre y nosotros), si por el contrario el machista aquí es el nobel sevillano que tanto adoró Málaga, si lo es Doisneau por dejar que un hombre sujetase con el brazo a una mujer durante tan amorosa escena, o si lo es el lenguaje por registrar la entrada del término «hombre», cito textualmente el DRAE, así: «Ser animado racional, varón o mujer». Ya que todas las opciones me parecen igual de canallescas, no voy a gastar más párrafo en defender a Idígoras, porque él mismo ha decidido que no quiere polémica merodeando; a Vicente Aleixandre, porque los años infinitos de censura franquista ya lo defienden por sí mismos; al fotógrafo francés, porque no lo conozco; ni al lenguaje, porque ya he escrito tantos textos sobre el asunto que corro el riesgo de no cobrar éste.
Ahora que la «poscensura» está tan de moda, permitan que me explaye aquí algo más. Espero que Soto Ivars, de cuyas manos me llegó el término, no se enfade si digo que no me gusta esa construcción, dado que el prefijo pos- viene a indicar «después de», y yo no creo que esta nueva censura venga después de ninguna otra, sino que va muy de la mano, amarradita y segura. Lo veo más como una «neocensura», es decir, una censura renovada, que se ha lavado la cara y que, siendo igual de peligrosa y atroz, resulta mucho más indetectable. Lo más peligroso, lo más frustrante, si se quiere, es que termina siendo Idígoras y no el héroe anónimo quien destruye la propia obra. Terrible paradoja. Ya que se ha citado de pasada la censura franquista, recuerdo que el poeta Ángel González, quien por cierto siempre estuvo en deuda con Aleixandre por abrirle las puertas editoriales de la poesía, contó en una conferencia cómo el órgano represor de la dictadura les obligó a precisar con más mimo recursos que ocultaran lo que realmente querían expresar: la metáfora, la metonimia, la sinécdoque… Quizás ya vaya siendo hora de asumir que ante esta nueva censura hacen falta armas similares.