El fracaso o la naturaleza de la política
En muchas ocasiones son los personajes de perfil torcido los que más iluminan la verdadera naturaleza de la política. Enoch Powell fue una de estas figuras a las que habría que atender aún sabiendo que algunas de sus opiniones son indecentes. El hito de su carrera dentro del conservadurismo británico, por ejemplo, fue un discurso xenófobo contra la inmigración no blanca en abril de 1968, conocido como el “de los ríos de sangre”.
En muchas ocasiones son los personajes de perfil torcido los que más iluminan la verdadera naturaleza de la política. Enoch Powell fue una de estas figuras a las que habría que atender aún sabiendo que algunas de sus opiniones son indecentes. El hito de su carrera dentro del conservadurismo británico, por ejemplo, fue un discurso xenófobo contra la inmigración no blanca en abril de 1968, conocido como el “de los ríos de sangre”. No fue una cuestión nimia porque le marcó de por vida. Su propio partido declaró que sus palabras eran racistas. En cualquier caso, Powell, que sabía lo que tenía entre manos, insinuó que todas las carreras políticas, a menos que se interrumpan a mitad de camino, terminan en fracaso. Es una frase simple, pero esconde más sabiduría política que cientos de complejos papers académicos.
Y esto es así porque, como recordaba Michel Ignatieff (uno de esa larga lista de fracasados), la política trata de alcanzar y mantener el poder. Si recorremos las biografías de todos los presidentes de Gobierno en democracia, la afirmación de Powell se convierte en una evidencia palpable. Y nos muestran que hay tantas formas de fracasar como de acceder a la Moncloa. De una forma u otra, el modo de ganar ya prefigura el final. Si has firmado cheques que no puedes cubrir cuando vives en la oposición, tus últimos días serán un fiasco madurado a lo largo de tu carrera. Por eso sorprende que nuestros políticos sigan obviando la alargada sombra del fracaso. ¿Merece la pena tanto sinsabor? Probablemente sí. Fracasar en política también tiene sus particulares prerrogativas.
Pedro Sánchez no es consciente de ello. O actúa como si no lo fuera. Lo que es característico también de los otros líderes del panorama español. En el caso del presidente, quizá, se deba a las derrotas sufridas antes del éxito. Creerse vacunado contra el fracaso no es más que una extraña forma de autoengaño. Los palmeros habituales, presencias esenciales en la victoria y fantasmales en la derrota, tampoco le ayudan a leer adecuadamente la realidad del poder. Hace unos meses, Isabel Celaá intentó defenderse de los continuos cambios de criterio gubernamental porque “la política se mueve no en cuarenta y ocho horas, sino en unos segundos”. Tenía toda la razón. El problema principal es que las promesas y los hechos juegan en el mismo horizonte político. Señalar a los medios de comunicación cuando las cosas no salen como esperabas es una salida fácil que anticipa el fracaso. El propio Powell decía que las quejas de un político hacia la prensa era como ver a un capitán de barco quejándose del mar. Una sentencia, que reconozco anónima, profundizaba en esta triste dimensión: toda carrera política acabará en lágrimas en algún momento.