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Teoría del chulismo hispano

España es hoy un desastre con dos chulos de genéticas dispares. De las gafas de aviador de Pedro Sánchez a las camisetas floreadas de Gabriel Rufián, de la tesis churro de uno a la ignorancia barriobajera de otro, el país remonta como puede y va volviendo de nuevo al abismo, que es lo que le gusta y lo que el FMI nos recuerda.

Opinión
  • Escritor, periodista, actor de doblaje y madrileño por narices. Ciclista de a diario. Blanco o colchonero según la digestión. Romántico rompedor de los tópicos.

España es hoy un desastre con dos chulos de genéticas dispares. De las gafas de aviador de Pedro Sánchez a las camisetas floreadas de Gabriel Rufián, de la tesis churro de uno a la ignorancia barriobajera de otro, el país remonta como puede y va volviendo de nuevo al abismo, que es lo que le gusta y lo que el FMI nos recuerda.

Los trajes de Pedro Sánchez no visten al presidente más soberbio que vieran los tiempos. El guiño de Rufián a la diputada Escudero y la tesis cutre del líder socialista son una y la misma cosa. Las dos son dos criaturas pagadas de sí mismas, pero donde Rufián nos divierte mientras busca su lugar en el mundo, el presidente o no aparece o nos amuerma en esa sosería que aún nadie se explica cómo ganó unas primarias. Decían que la política era el arte del consenso, pero en la era Rufián/Sánchez es el arte de la chulería en transitivo. Obviamente hay un trabajo, una disciplina, una curiosa poética en Rufián, que nos mueve a la conmiseración y a estas alturas no la vamos a disimular. Magnífico Margarito argumenta que Rufián tiene un discreto encanto, que es más encanto que discreto, y que parece no ver la mayoría del vulgo. Hay en Rufián algo, una magia o un ángel encabronado; en Sánchez hay las prisas de su Begoña por ir de Kennedy por la vida con un doctorado de aquella manera: poco más. Rufián retuitea a sus contrarios y vive la vida; el presidente, en cambio, se tunea y se retunea al dictado de Iván Redondo, que tiene la encomienda de maquillar y empaquetar el vacío.

A una isla desierta, España ha de llevarse a Rufián. España es más Rufián que Sánchez, cuando nos demos cuenta se nos aparecerá la Virgen.