'El reino': una película católica
Durante los primeros 20 minutos de la película El reino, de Rodrigo Sorogoyen, existe el temor de estar ante otra obra guerracivilista del cine español, pero con ladrillos y edificios —en lugar de fusiles y tricornios— como telón de fondo. Era fácil caer en un discurso maniqueo, que atizara la indignación de un supuesto pueblo honrado en contraste con una clase política deshonesta. Pero no.
Durante los primeros 20 minutos de la película El reino, de Rodrigo Sorogoyen, existe el temor de estar ante otra obra guerracivilista del cine español, pero con ladrillos y edificios —en lugar de fusiles y tricornios— como telón de fondo. Era fácil caer en un discurso maniqueo, que atizara la indignación de un supuesto pueblo honrado en contraste con una clase política deshonesta. Pero no.
El reino es una historia sobre nuestro pasado reciente, de la España opulenta anterior a la crisis económica y de la corrupción que da pie a mociones de censura. Una historia en la que se señala directamente a los villanos, pero en las que no hay héroes inmaculados. Retrata, en definitiva, una corrupción a diferentes niveles y en el que su grado de tolerancia es el reflejo de la propia sociedad.
Tampoco es una película profunda en el sentido de que aporte una reflexión sobre la época que retrata. Es un mero testimonio artístico del pelotazo inmobiliario y sus derivadas. Funciona por su acción, por la interpretación de Antonio de la Torre, que humaniza al personaje, y por la familiaridad de lo que relata. Y se agradece que no moralice ni haya recurrido al sexo con prostitutas y a las fiestas con cocaína como reclamo publicitario o para regodearse y hacer más sangre. Es todo más sencillo. Un ejercicio más o menos verosímil de la vida de hombres y padres de familia.
Es también una película muy mediterránea. Muy católica. O, lo que es lo mismo, muy poco calvinista. La riqueza no es el fruto merecido del esfuerzo, sino del nepotismo. No vamos a derribar el sistema por más justicia, venganza o filtraciones. Tampoco desde los medios. Al final solo queda la pregunta de si, alguna vez, se arrepintieron. Y abandonar el cine en paz con uno mismo.