Matices semánticos
Como toda noticia con tono circense que se precie, tardó pocas horas en recorrer el espinazo de las distintas redes sociales. Llegó a mí cuando la noche ya caía, y no pude por menos que estremecerme al ojearla: el gobierno de Navarra culpaba de «promover el machismo» a ciertas canciones firmadas por, entre otros, Amaral, El canto del loco, Shakira o Nena Daconte. Pero la pesadilla siempre puede ir a más: el absurdo credo llegaba al ámbito escolar, y lo hacía dentro del caballo de Troya del programa Skolae, que persigue la igualdad dentro de los distintos ámbitos del sistema educativo. Es decir, la medida apuntaba directamente a la línea de flotación de nuestra sociedad, es decir, a la vilipendiada educación, y se centraba en el sujeto más vulnerable y a la vez esperanzador dentro de la misma: los niños. Todo un cuadro, vamos. Entonces, la primera pregunta que me vino a la mente fue: ¿Es Sin ti no soy nada, de Amaral, una canción machista? Y la respuesta, tras darle varias vueltas a la letra de la canción, fue de lo más inquietante: no tengo ni idea.
Como toda noticia con tono circense que se precie, tardó pocas horas en recorrer el espinazo de las distintas redes sociales. Llegó a mí cuando la noche ya caía, y no pude por menos que estremecerme al ojearla: el gobierno de Navarra culpaba de «promover el machismo» a ciertas canciones firmadas por, entre otros, Amaral, El canto del loco, Shakira o Nena Daconte. Pero la pesadilla siempre puede ir a más: el absurdo credo llegaba al ámbito escolar, y lo hacía dentro del caballo de Troya del programa Skolae, que persigue la igualdad dentro de los distintos ámbitos del sistema educativo. Es decir, la medida apuntaba directamente a la línea de flotación de nuestra sociedad, es decir, a la vilipendiada educación, y se centraba en el sujeto más vulnerable y a la vez esperanzador dentro de la misma: los niños. Todo un cuadro, vamos. Entonces, la primera pregunta que me vino a la mente fue: ¿Es Sin ti no soy nada, de Amaral, una canción machista? Y la respuesta, tras darle varias vueltas a la letra de la canción, fue de lo más inquietante: no tengo ni idea.
Es el problema de haber prostituido el término «machista», de haberle despojado de sus matices semánticos: uno ya no diferencia los contornos que delimitan la palabra. Los supuestos guardianes de la moral blanden el adjetivo con tanta ligereza que a la vez uno puede ser machista y no serlo exponiendo la misma idea. Y digo más, en demasiadas ocasiones, cuando esta palabra se coloca sobre la mesa, hay otras mucho más precisas, mucho más ajustadas a lo que uno quiere expresar. Es muy probable, de hecho, que muchos me tilden hoy de machista por publicar esta columna, hasta ese punto hemos llegado. Sobra decir que esta tendencia no es exclusiva del adjetivo machista. Llamar fascista a según qué líder político puede hacernos perder la perspectiva de lo que es un verdadero fascista, y lo mismo aplica a otras palabras cliché como nazi o comunista. Y no sólo me muevo en el ámbito del desprecio. Hace unos días vi cómo un suplemento cultural (ni más ni menos) tildaba de surrealista el argumento de la última novela del gran Mendoza, y también comprobé que un locutor calificaba de dantesca la derrota del Barça en casa contra el Betis por cuatro goles a tres.
Quiero dejar constancia de que apunto en todo momento a la referencia literal del término. Es evidente que el lenguaje está lleno de metáforas, metonimias, paralelismos y otros juegos que convierten a la palabra en una realidad interpretable. Este mismo texto, desde su primera frase, está plagado de ellos. Pero de aquí a fomentar primero actitud, más tarde tendencia y en última instancia incluso ley o dogma en torno a conceptos que de tan manidos han visto dinamitada su frontera, hay un largo trecho. Así que elijan, elijan con mimo los términos. Seleccionen, escojan, detallen. Que sea la semántica y no la moda ética de turno quien hable por ustedes.