De cómo podría Vox adelantar pronto a Podemos
Acertar una predicción política es como ganar a la ruleta: dan ganas de volverlo a intentar. Hará cosa de dos meses predije aquí mismo que al auge de Vox proseguiría de darse las cuatro condiciones que podían auparlo; esas condiciones se dieron y ese auge se produjo el domingo, en Andalucía. De modo que voy a volver a probar.
Acertar una predicción política es como ganar a la ruleta: dan ganas de volverlo a intentar. Hará cosa de dos meses predije aquí mismo que al auge de Vox proseguiría de darse las cuatro condiciones que podían auparlo; esas condiciones se dieron y ese auge se produjo el domingo, en Andalucía. De modo que voy a volver a probar.
Esta vez, sin embargo, no me fijaré tanto en qué tienen que hacer los demás (la izquierda, los periodistas, los incordios) para favorecer (muy a su pesar los dos primeros) a este partido político. Hoy me fijaré en él mismo.
Al plantearme este propósito siento que me adentro en una verde selva ignota. Sí, es cierto, llevamos cinco días oyendo hablar de Vox en todos los medios de comunicación; pero, dado el predominio en estos de izquierda y ultraizquierda, prácticamente solo llevamos oídos insultos (“maltratadores de mujeres”), descalificaciones de trazo grueso (“ultraderecha”), categorías políticas mal aplicadas (“¡fascistas!”) y amenazas (“¡sin piernas, sin brazos, fascistas a pedazos!”). Incluso el Gobierno socialista se ha unido a esta bacanal posmoderna y, por boca de la ministra que va advirtiendo de lo maricones que son ciertos jueces, ha aseverado que Bildu, PdeCat o ERC aceptan la Constitución (deben de leer una con erratas que permite los golpes de Estado), mientras que Vox no; declaración que solo me evoca una imagen: la de que nuestro Gobierno está ya en ese momento en que vas perdiendo una partida de videojuego por millones de puntos, así que te pones solo a malbaratar las vidas que te quedan y disparar al aire alocadamente, por las risas.
Con todo, soy el primero que sé comprender a nuestras izquierdas en estos sus excesos: el zurriagazo que los andaluces les han dado ha debido de doler aún más por inesperado que por contundente. Y uno no puede razonar bien cuando padece un gran sufrimiento. Pero los que ocasionalmente nos dedicamos a analizar la política hemos de ir un poco más allá y preguntarnos con sosiego qué es de veras Vox y qué podría significar en lo que le viene a nuestro atribulado escenario nacional.
Se trata, naturalmente, de una labor compleja que no pretendo despachar en este solo artículo. Si uno se para a estudiar (en vez de conformarse con insultar) lo que suele incluirse bajo la etiqueta de “nueva derecha populista mundial”, al poco percibe que tras ella se esconden realidades bien diversas. Lo reconocen incluso intelectuales de izquierda radical, pero serias, como Chantal Mouffe (coautora con Íñigo Errejón de un libro y viuda de Ernesto Laclau, padre teórico del populismo izquierdista actual). Quien, por cierto, da una pista poderosa a nuestros analistas de izquierda: dejad de llamar “fascista” a esa nueva derecha; salvo en el brasileño caso de Jair Bolsonaro, no lo es.
¿Qué son, entonces, las Marine Le Pen, los Donald Trump, los Viktor Orbán, el PiS polaco, la Lega italiana, el UKIP británico, el FPÖ austríaco, la AfD germana, el VB belga…? Sin duda, nacionalistas; pero, precisamente por ser nacionalistas cada uno de su nación, cada tesela de ese mosaico modulará sus mensajes según lo que considere más conveniente para su amada identidad nacional, sin necesidad alguna de adecuarse a un patrón común.
Y así tenemos que el Vlaams Belang (que promueve la independencia flamenca) y la Lega de Salvini (heredero de la Lega Nord) se mostrarán de lo más amistosos hacia el secesionismo catalán; mientras que Le Pen, sabedora de la voracidad con que una Cataluña independiente iría a por el Rosellón francés, no. Tenemos al UKIP británico promoviendo el brexit, mientras que Orbán prefiere permanecer en una UE que tanto lucro económico le da. Tenemos (por acercarnos ya a nuestro país) que el lepenismo aboga por una reindustrialización desde el Estado, nacionalizar los sectores estratégicos y aumentar tanto número de funcionarios como gasto público; medidas todas ellas que en nuestra España defiende con igual fervor… Podemos, pero no así Vox (de hecho, impulsa lo contrario: una reducción del poder económico estatal, como también hace en EEUU Donald Trump).
Por lo tanto, decidir que perteneces a la nueva derecha no te soluciona, por sí solo, la papeleta de fijar qué medidas políticas habrás de proponer. Vox ha optado por cien de ellas, pero perfectamente podría matizarlas con el curso del tiempo, adecuándose a nuevas circunstancias (y no es poco nueva que en el futuro hubiera de ejercer labores de gobierno). O, si son un partido dialogante, simplemente porque alguien les demuestre que algunas están equivocadas. Que es justo lo que me dispongo, para terminar este artículo, a hacer.
Confesaré que son varios los puntos, de los cien citados, que veo desencaminados; lo cual es lógico, porque a los únicos a los que les gusta el 100 % de las propuestas de un partido es a sus líderes o a los seguidores más sumisos. Pero hay una en concreto que no solo veo irremisiblemente errada, sino que además supondrá un serio freno al ascenso de Vox. Me refiero a su defensa de la llamada “familia natural” (punto 71).
No me centraré ahora en que hablar de “familia natural” es como hablar de “dinero natural” o “fronteras naturales”: familia, dinero o fronteras, como sabe cualquiera con una mínima formación antropológica, no son fenómenos naturales, como sí lo son los ríos, los pájaros o esos montes a los que tanto le gusta trepar a Santiago Abascal. Cuando uno estudia la diversidad de culturas humanas comprueba que hay una miríada de modelos de familia o matrimonio; sin ir más lejos, en la propia Biblia se ofrecen ocho distintos, que van desde la poligamia hasta el concubinato, pasando por el levirato (casarte obligatoriamente con tu cuñado si tu marido fallece y no tienes hijos varones), hasta la “familia nuclear” (lo que Vox y otros despistados llaman “natural”).
Me centraré sin embargo en que Vox pretende de este modo prohibir el matrimonio entre personas del mismo sexo, que España fue uno de los primeros cuatro países del mundo en aprobar allá por 2005. Al hacer esto opta por aproximarse a mentalidades como la de Orbán en Hungría o el PiS en Polonia; mientras que se aleja de Donald Trump, primer candidato republicano en exhibir una bandera arcoíris en un mitin, que jamás soñaría en abrogar algo así. ¿Se parece más España a Hungría o a Estados Unidos en este asunto? Teniendo en cuenta que según la encuesta del Pew Research Center en 2013 somos el país del mundo más tolerante con gais y lesbianas, y según este otro estudio solo nos superan Suecia y Dinamarca en cuanto a apoyo al matrimonio LGBT entre los jóvenes, equipararnos en estos asuntos a la Europa del este (que, tras décadas de dominio comunista, sí muestra bastante rechazo a esta extensión de derechos a los homosexuales) no parece lo más congruente.
Con todo, lo peor es que Vox, al discriminar a las parejas de personas del mismo sexo frente a las de sexos diferentes, pues pretende prohibir a las primeras la adopción, camina en contra del conocimiento científico del que hoy disponemos, que muestra de manera sólida que no existe para los hijos ninguna ventaja ni desventaja si eres adoptado por un tipo de familia u otro. Naturalmente uno puede lanzarse al monte y afirmar que, sin importar lo que diga la ciencia (que siempre es provisional y sujeto a revisión: de eso va el método científico), quiere discriminar a gais y lesbianas en ese aspecto; pero lo que no puede es afirmar a la vez que lo hace pensando en el bienestar del niño, pues no existe nada que pruebe este. Y si no impones una medida así pensando en el bien de los niños, parece inescapable que lo haces pensando en discriminar entre las orientaciones sexuales de los padres: algo que prohíbe nuestra Constitución y que justificaría el epíteto de homófobo hacia Vox.
Resumamos: en una España de la que podemos enorgullecernos por lo tolerante que es hacia todos, sin importar nuestra orientación sexual; sabiendo lo que sabemos sobre antropología (que no existe “la familia natural”) y adopciones (lo que nos impide hablar de “beneficio para los niños si no los adoptan gais”); ¿de verdad quiere Vox meterse en un debate que los españoles hace años que cerramos y sobre un asunto, el matrimonio igualitario, que no hace daño a nadie (salvo a gente que se ponga muy nerviosa por lo que hagan o dejen de hacer sus vecinos gais)? ¿De verdad quiere perseverar en lo que, sí, es solo un punto de su programa, pero a muchos impedirá el solo siquiera soñar en votarlo, como no votaríamos a quien prohibiera matrimonios entre gente de distintas razas o que una joven se case sin consentimiento de sus padres? ¿Quiere Vox parecerse a Orbán, y su apuesta por una “democracia no liberal”, o a un país respetuoso con las decisiones de su Tribunal Supremo a favor del matrimonio igualitario, como EEUU?
El balón está en su tejado y veremos si se termina inclinando por la ladera discriminatoria o no. Y también comprobaremos si se cumple la predicción que prometí al inicio de este artículo y daré para acabar: un Vox discriminatorio es un Vox de aspiraciones cortas; un Vox que se libre de fardos de este tipo puede perfectamente recuperar valores que la derecha nunca debió perder y superar pronto al declinante Podemos en número de votos. No tardaremos mucho en contemplar si vuelve a serme propicia la ruleta electoral.