Por amor a los taxis (III)
Eran las seis de la tarde en Ciudad de México. Íbamos al aeropuerto. Llovía a cántaros y tronaba. — ‘Vaya pinche tráfico. Esto no se aguanta más, joven’
Eran las seis de la tarde en Ciudad de México. Íbamos al aeropuerto. Llovía a cántaros y tronaba.
— ‘Vaya pinche tráfico. Esto no se aguanta más, joven’
“… En uno de los ensayos de Carl Jung, “Sobre Wotan”, el psiquiatra suizo describe la llegada del nazismo al poder como el advenimiento del antiguo dios nórdico, Odín. Dios de las tormentas, de los hombres errantes, de los cambios súbitos, Odín era, argumentaba Jung, aun entre las sombras, parte fundamental del inconsciente colectivo alemán. Asfixiado, sí, entre corbatas protestantes, silenciado, también, entre murmullos y rezos cristianos – pero ahí estaba, esperando… Aguardando el cataclismo de la Primera guerra mundial y la república de Weimar para resurgir entre las fisuras de un país quebrado. Y por fin salir, Odín –Mercurio del norte, dios metamorfo, dios camaleónico— con otro nombre: Adolf Hitler…
…La premisa de Jung no era que el mundo mitológico sí existía, que los dioses realmente reencarnaban por alguna arcana metafísica… El jungianismo es un lenguaje metafórico, una arqueología del cerebro cultural de las naciones. Su punto era que el regreso, la simbología y el telos de Hitler lo precedían. Que Wagner, Nietzsche y todo el movimiento folklórico alemán (los hermanos Grimm, el nacionalismo étnico de von Herder) llevaban generaciones anunciándolo, invocándolo… Odín era el más claro relevo a la muerte del Dios cristiano…
…El Tercer Reich no nació ex nihilo. Fue una invocación secreta de la parte más sombría del inconsciente alemán. Un deseo oscuro de venganza, de tormenta, de gloria mitológica en la era post-industrial… Hitler y Goebbels fueron grandes manipuladores, sin duda, pero también fueron una manifestación del colectivo… Así quizás son todos los populistas en sus pueblos respectivos, también… Salen de las aguas oscuras y profundas, embarrados de musgos y algas y símbolos… Si no, no conseguirían tanto poder. Si no, no se les lloraría tanto en los discursos…”
— ‘Aquí lo que hace falta, joven, es que llegue un dictador como Porfirio Díaz o un Pinochet o algo de eso, siente a todos los políticos en una misma mesa y les diga: “¡Buenos y malos, vayan a chingar a su madre!” ¡A ver si acaban de una buena vez con este pinche tráfico!’
Yo a todas estas seguía pensando. Al comienzo de la conversación solo me limité a decirle que sí, que el tráfico es una pesadilla en México. Pero también lo era en Venezuela. ‘Es un desastre que en el siglo veintiuno sigamos en estas’. Cosas por el estilo. Dos palabras sobre corrupción, poco más. Llevaba media hora mirando fuera de la ventana. Pero el taxista claramente estaba teniendo un día muy malo.
“… ¿Cuál sería el Odín de los latinoamericanos? Un pistolero bigotudo… un prócer transfigurado… un patrón benévolo… un peón sublevado… en México, Odín sería Tlaloc, ¿no?… Dios de las lluvias y los truenos” Miré a lo lejos los relámpagos estallar. Tuve un mal augurio y una sensación de estar pensando muchas güevonadas.
Al llegar al aeropuerto el taxista[contexto id=»383900″] se bajó a sacar mi maleta. Le di el efectivo y se despidió de mí con una sonrisa. Había hecho catarsis.
— ‘Ojalá le lleguen pronto los carros voladores, señor.’ Mejor eso que lo otro, pensé.