Lo que nos dejó la investidura andaluza
De la investidura en Andalucía, tres capítulos: un Vox que empieza a perder la relevancia política que buscaba, un Adelante Andalucía sin apenas fuerza ni mediática ni ideológica y un PSOE que se ha permitido el lujo de caer en otro error. Por lo demás, la relación entre Partido Popular y Ciudadanos se consolida en un pacto donde todos, según gente cercana, han salido satisfechos. Entre ellos prevalecen la cordialidad y la sintonía, un entendimiento sobre las formas y sobre el fondo. Jamás dos nombres de la política española pensaron llegar tan lejos: ni Moreno Bonilla ni Juan Marín.
De la investidura en Andalucía, tres capítulos: un Vox que empieza a perder la relevancia política que buscaba, un Adelante Andalucía sin apenas fuerza ni mediática ni ideológica y un PSOE que se ha permitido el lujo de caer en otro error. Por lo demás, la relación entre Partido Popular y Ciudadanos se consolida en un pacto donde todos, según gente cercana, han salido satisfechos. Entre ellos prevalecen la cordialidad y la sintonía, un entendimiento sobre las formas y sobre el fondo. Jamás dos nombres de la política española pensaron llegar tan lejos: ni Moreno Bonilla ni Juan Marín.
Ya cumplida la sorpresa de la alternancia –el cambio para los más optimistas, ya veremos-, otra sorprendente aunque previsible coyuntura se viene: la de un Vox que empieza, paulatino, a perder el ímpetu de su estridente discurso y a quedarse ajeno al mando de las instituciones. De las primeras exigencias del partido de la derecha nostálgica y reaccionaria, apenas queda: las movilizaciones feministas se manifestaron contra la nada: Andalucía, en materia de violencia doméstica, machista, de género –como se quiera según confesión- seguirá tal como anduvo hasta hoy. De las otras peticiones, pues necesitan de unas mayorías parlamentarias que hoy día ni imaginan: no se puede reformar el estado de las autonomías con unos pocos diputados ni pueden echar a esos 52000 inmigrantes ilegales que más que molestar, podrían contribuir –este artículo del profesor Manuel Alejandro Hidalgo demuestra evidencias-. Nos queda un partido que, como han apuntado varios analistas, ha envejecido demasiado pronto. Lo que Podemos hizo en cuatro años, Vox lo ha recorrido en apenas cuatro meses.
Similar, por significativa insignificancia, resulta Adelante Andalucía, ese conglomerado de la izquierda populista, andalucista y romántica que lleva lo más adolescente de la izquierda y del andalucismo: la emoción de las letrillas populares de Carlos Cano y esa perezosa autocomplacencia del siempre andaluz derrotado que lucha contra la opresión de los otros. Fingen la postura incómoda y revolucionaria, pero en el fondo es la más sencilla, la más confortable: la de los pobrecitos por destino. Hablamos de un partido que son dos escisiones: de Podemos y del Partido Andalucista -sobre todo del Partido Andalucista de afinidad izquierdista, el mayoritario en los últimos años-. Sin propuestas interesantes, sin la capacidad de llamar la atención de su electorado –más importante aún en la táctica populista: la atención del electorado adversario-, Adelante Andalucía se queda en las instituciones con un discurso desfasado, ajeno a su tiempo, y sin socio con el que gobernar. Al menos ahí mantienen coherencia, y es de agradecer: nadie como ellos, sobre todo Teresa Rodríguez o Juan Moreno Yagüe, le hicieron oposición al PSOE.
Y ya sólo nos queda, como ellos solos se han quedado, un PSOE que con nombres como Susana Díaz o Verónica Pérez ha acudido al peor de los aliados en la derrota: la desesperación. En una estrategia que enseña sin pudor la peor cara de ese partido en Andalucía, han usado la causa feminista y el aumento de las simpatías respecto de la derecha radical como justificación de lo necesarios que son para todos los andaluces. No importan aquí las histriónicas medidas de Vox o el feminismo: lo que importa es usar esas causas, de las que saben de su apoyo social y mediático, para posicionarse a favor de esa mayoría aplaudida. Y así dar esa pretendida y cínica imagen de buenos. Todo con un rodeo al parlamento que hasta hace dos meses no hubiesen secundado: cuántas veces hemos visto a Susana Díaz declinando esa práctica populista. Y así de gris termina un partido que se creyó Andalucía: sin poder, sin socios y sin credibilidad.