La Gran Brecha
Uno de los aspectos más básicos en los que se manifiesta la desigualdad es en la diferencia de conversaciones y aspiraciones de unos grupos sociales y otros. Siempre ha sido así, también en la modernidad, pero una poderosa clase media hacía de argamasa y nexo, de facilitador de un mínimo común denominador entre los deseos de los más pudientes, y las necesidades más básicas de los menos favorecidos.
Uno de los aspectos más básicos en los que se manifiesta la desigualdad es en la diferencia de conversaciones y aspiraciones de unos grupos sociales y otros. Siempre ha sido así, también en la modernidad, pero una poderosa clase media hacía de argamasa y nexo, de facilitador de un mínimo común denominador entre los deseos de los más pudientes, y las necesidades más básicas de los menos favorecidos. El contrato social, plasmado en Estados de bienestar, se basaba en esta premisa, y tenía su eco en una conversación pública en la que, con muchos matices, se reconocía una aspiración más o menos transversal.
El progreso era algo tangible: un buen trabajo con el que emanciparse y realizarse, quizá formar una familia, salud, educación y, si se podía, ahorrar para las épocas de vacas flacas e irse de viaje durante las vacaciones. Había consenso en que la democracia liberal era el mejor sistema para conseguirlo. El tiempo, además, jugaba de nuestra parte.
La crisis de la clase media se hace presente también en la gran brecha entre conversaciones públicas, agravada, además, por la atomización que propicia el nuevo ecosistema de comunicación y la revolución científico-técnica. Por un lado, la ansiedad se apoderado de gran parte de la antigua clase media y ha extendido la creencia de ahí para abajo en que las cosas pintarán peor. Aquí se habla de precariedad laboral, de pensiones insuficientes, de viviendas inaccesibles, de servicios públicos deteriorados, y de malas expectativas y desesperanza.
En el otro lado, el salto ha sido el contrario: hacia un optimismo de cifras agregadas sustentado en un tecno-entusiasmo que ve oportunidades en todo, y que reprocha a la otra parte un pesimismo sobre el futuro injustificado, según ellos. Aquí se habla de transhumanismo, de blockchain, de viajes a marte, de inteligencia artificial, de inmortalidad incluso. El futuro ya no es una promesa, sino una realidad al alcance de la mano.
La brecha se amplía, hasta el punto de parecer que no hay compromiso y conversación posible entre las partes. Como si hablaran idiomas distintos y escribieran con un alfabeto diferente. La incomprensión se ha acentuado. Hasta hace pocos meses, los gobernantes han optado, en general, por el segundo grupo, hablando al primero de la inevitabilidad de la degradación de sus condiciones materiales y solicitando resignación ante la revolución tecnológica, la competencia asiática y la globalización. Ese fue el primer Macron, que muta ahora en un presidente más proclive a reconocer la insostenibilidad del enfoque y que pasa a prestar atención a la conversación de los primeros. El giro social se hace inevitable para que todos volvamos a compartir aspiraciones, hablemos de las mismas cosas y podamos entendernos.