Quemando cartuchos
Con la edad se endurece el corazón y yo tengo ya que racionarme los sentimientos para la vida privada y, con suerte, para la poesía.
Con la edad se endurece el corazón y yo tengo ya que racionarme los sentimientos para la vida privada y, con suerte, para la poesía. Así que escribo mis artículos apenas con la astucia, como el que pelea con el brazo izquierdo atado a la espalda. Resulta incómodo, pero uno gana en análisis. Gracias a eso, no pienso enfadarme porque las gentes que rodeaban el parlamento andaluz para protestar por el desalojo del poder del PSOE, gritasen: «Fuera fascistas de nuestro parlamento». Lo del fascismo es una hipérbole a la que ya estamos acostumbrados, una figura de lenguaje desgastada por el abuso. Lo que tendría que haberme incomodado era lo de «nuestro» parlamento: ese sentido patrimonial de las instituciones que se gastan las izquierdas y que podría resultar incluso un tanto inquietante. Pero me dije lo que el profesor de The History Boys (2004) de Alan Bennett: «No te cabrees. No tienes tiempo».
Además, seguro que muchos colegas escribirán de eso, y harán bien, porque es lo más grave. Yo me tengo que limitar al análisis estratégico, que consume menos. Y diría que la estrategia de la izquierda rodeando el Parlamento andaluz ha sido pésima tirando a todavía peor.
Primero, porque por contraste han cargado de legitimidad democrática no sólo la investidura de Juanma Moreno, sino al mismísimo Vox. ¿No era mejor dejar que el pacto del «no hay dos sin tres» se cociese en su propio jugo? Ahora, el foco de la duda democrática apunta a esos proclamados «dueños de su parlamento».
En segundo lugar, amortizan el más que seguro miedo —que ya nos conocemos— del PP y de Ciudadanos a que sus medidas de ajuste acabasen provocando una reacción en la calle. Si la reacción ya la han tenido por adelantado, ahora irán por derecho, tirando de las rentas. Las amenazas son mayores cuanto más latentes. Recuperada del todo la calma y la placidez y hasta la ternura, he recordado a mi abuela que, a veces, en homenaje a sus años de mocita en Madrid, cuando yo salía en coche, impostando una voz de chulapa, me decía: «¿Adónde vas, pollo, a quemar caucho?». Eso les diría yo a los manifestantes: «¿Qué, pollos, quemando los cartuchos, eh?». Si han congregado apenas a unos miles a la primera, cuando todavía hay ilusión reivindicativa, ¿qué movilización van a mantener?
Por último, cunde la sospecha de que si se ponen así por una limpia alternancia democrática, será que están defendiendo algo más. Han transmitido cierta sensación de un interés personal o patrimonial o laboral en la cosa, que no les convenía nada. Al final, por precipitación sobreactuada, el parlamento ha terminado siendo más de todos. Muchas gracias.