Política de autor
Decía Semprún que en aquellos tiempos clandestinos del Partido Comunista los camaradas pasaban largas horas discutiendo sobre qué era peor, si la mala política o la mala literatura.
Decía Semprún que en aquellos tiempos clandestinos del Partido Comunista los camaradas pasaban largas horas discutiendo sobre qué era peor, si la mala política o la mala literatura. Por supuesto, aseguraba que jamás lograban ponerse de acuerdo. Yo creo que la buena literatura le ha dado grandes pistas a la política para encontrar horizontes, porque una ficción no es otra cosa que un deseo que nace de la creatividad, que brota del impulso de colocar al ser humano en un mundo mejor, posible o imposible. Para creer en la política, para ser político, hay que ser algo así como el personaje de un relato largo y difícil o como un quijote menos loco y un Cervantes menos productivo.
Un político, y más un ministro o un presidente, escribe su historia y la de todos, con iniciativas, escenas, reuniones, leyes, discursos. Su deber es ser literario (no solo literal), para convertirse en un buen personaje de sí mismo y un creador virtuoso de lo que falta en las vidas de la gente. No porque la ficción tape la verdad, no, sino porque la ficción la representa, la enmarca y la eleva. Un buen político debe expresar mis sueños, que son los de tantos votantes, para interesar, cautivar, ilusionar y debe hacerlo como la literatura, de forma que me lo crea, que me involucre hasta emocionar, porque es la suma de las conciencias lo que construye un país. Todo lo que se imagina el político es un género humano de la ficción y para llevar a cabo los proyectos, éstos deben primero construirse en el aire. El buen político los hace levitar mientras aún son invisibles entre el futuro y el consenso, aderezándolos con una cierta idea de normalidad que no altere los corazones impresionables. Porque todo son ficciones a las que vamos a llegar o que nos hacen crecer para poder alcanzarlas, aunque nunca lleguemos más que a tocarlas con la punta de los dedos.
Una sociedad plenamente igualitaria, qué bella ficción. Una defensa del débil, qué buena novela. Una España puntera en I+D, qué ciencia-ficción… de momento, pero miren, yo veo gente escribiendo. Veo a políticos “escribiendo” y creyendo en lo que aún no existe.
Veo gente escribiendo la novela de todos y sacando leyes que me gustan. Una no sabe cómo, pero progresamos, a veces más rápido y otras menos, según domina el autor su cuento.
La verdad es que sí que pienso que hemos mejorado mucho el relato desde hace un tiempo a esta parte. La inteligencia de las mujeres se insulta con menos frecuencia, el prejuicio no parece la constante moral. Creo que los valores establecidos por otras luchas y otros miedos no vienen hoy a dominarnos y sacarnos del texto.
La sociedad, al final, quiere ir hacia adelante. El cierre centralizado de los coches sería una buena comparación. Seamos reaccionarios o progresistas, ninguno de nosotros podemos volver a aquellos Seat en los que levantabas el pestillo de la puerta con la mano. Es muy difícil volver atrás en la moral, también. Es ineficaz. No funciona. Nadie está ya en los años cincuenta aunque algunos se disfracen de aquello.
Por eso confío en que la ultraderecha no crezca en votos, porque se equivoca y basa sus ficciones en premisas ridículas y antisociales, como el mal autor que basa sus tramas en una sociedad que hace años que dejó de existir. Igual que los lectores, los ciudadanos no son tontos. Saben sentir lo que es posible y lo que es dañino. Saben que esto de Vox que, para colmo viene refrendado por este poco imaginativo “escritor” que es Casado, es algo muy rancio, pobre, deslavazado, mal tramado y mal escrito.
Yo creo en el poder de la literatura, en dibujar en la mente utopías realizables, en diseñarlas sobre el papel, en saber escribir y pensar, en rodearse de gente capaz, como el autor que se rodea de personajes poliédricos.
Creo en la gente dispuesta a escribir una página detrás de otra, con cierta minuciosidad y valentía, mirando hacia el futuro sin dejar de calcular cada paso, y no creo nada en los que copian y cortapegan de todos los libros viejos mal escritos de nuestro pasado. Unos libros que ni siquiera se han leído.
Veo difícil basar la imaginación necesaria de un político de altura en la ignorancia, en la mala literatura, o en la queja hacia a un buen autor, porque la calidad gana siempre y los votantes queremos calidad. Por eso, siempre mi corazón (y es el corazón quien vota) estará con el que escribe páginas nuevas, lo intenta, quizá se equivoca, rectifica tachando un párrafo desafortunado, y no con quien busca tramas mil veces vistas en un remoto pasado polvoriento, ya sea rescatando leyes de los años ochenta o leyendas incunables mal citadas o héroes tuertos con calzón y gallardete.
Claro que sí, señor Semprún. La buena política tiene mucho de buena literatura. Por eso un gobierno debe escribir bien y ser el autor al servicio del texto que la sociedad necesita.