MyTO

Leyentes

Escuchaba esta semana a Carlos Alsina hablar con José María García sobre la grandeza, la magia de la radio, en uno de esos habituales automasajes a que los radiofonistas son tan propensos.

Opinión
  • Me fogueé en la revista El Ciervo a principios de los noventa y, tras un largo periodo dedicado a la edición en sus múltiples facetas, fundé una editorial, Tentadero, que fracasó por todo lo alto, dejando tras de sí cuatro obras hoy inencontrables, entre las que destaca Ebro/Orbe, de Arcadi Espada. Retomé el periodismo como redactor jefe del periódico Factual, semillero de modernidad que no resistió la crisis de 2009. Soy autor del dietario ‘Libre directo’ y, con Iñaki Ellakuria, de ‘Alternativa naranja’, crónica de la génesis y ascenso de Cs. Desde 2020 vivo en Madrid, terra d’acollida.

Escuchaba esta semana a Carlos Alsina hablar con José María García sobre la grandeza, la magia de la radio, en uno de esos habituales automasajes a que los radiofonistas son tan propensos. Como quiera que estaban en la calle, en plena plaza de Colón, Alsina aludió a la manifestación del domingo y García lamentó que el manifiesto lo hubieran leído tres periodistas. A su juicio (y al de otros colegas, según he advertido después) el crédito de Carlos Cuesta, Albert Castillón y María Claver (¡y aun el de todo el gremio!) se verá inexorablemente afectado por haber participado en un acto partidista. Así, sin más. No porque hicieran suyo sin aparentes reparos un texto plagado de lamparones, sino por su condición de periodistas (aunque en verdad ejerzan su actividad en la linde del oficio). Como si el hecho de que un periodista, y hablo ahora en general, se comprometa políticamente con una causa (se comprometa, sí, ¿o el término sólo vale para las izquierdas?) suponga la pérdida automática de su solvencia.

Entre los quince firmantes del manifiesto que dio origen a Ciudadanos había al menos once que publicaban regularmente artículos en prensa, y de ellos uno, Arcadi Espada (el principal defensor, además, de la necesidad de constituirse en partido) trabajaba en la edición catalana de El País. De sus penalidades (bullying, diríamos hoy) en una redacción que, por decirlo pronto, sentía vergüenza de sí misma, da cuenta Espada en el postfacio-que-no-postfascio a la reedición de Contra Catalunya, una pieza que ha pasado inadvertida pese a que contiene (o acaso debido a ello) la primicia de que los responsables del diario en Barcelona mandaron retirar a última hora la crónica del acto de presentación del libro, que firmaba Sergi Pàmies. No, en aquel tira y afloja entre Espada y El País no fue Espada quien se dejó la credibilidad. Tampoco la del resto de firmantes del manifiesto (De Azúa, Giménez Barbat, Boadella, Pericay, Toutain, Ovejero…) sufriría menoscabo; de hecho, no era el primero con el que se atrevían, y desde entonces han suscrito decenas. Ítem más: Ciudadanos no ha encajado críticas tan implacables como las que han provenido (parece, por lo demás, ley de vida) de sus padres fundadores. Vuelvo a Colón, donde he dejado a García reprochando a tres periodistas que hubieran leído “cinco putas líneas” de un escrito de “connotaciones ideológicas”. Con lo mucho que él había hecho, ay, “por engrandecer la profesión”.