Sam Harris y estoicismo para el Siglo XXI
“Nadie es un sistema abierto. Nadie es autor de sí mismo. Nadie es un invento propio.” El sinfín de cosas que han dado forma a nuestras vidas –lugar y familia, traumas y tropiezos, amores y odios— ahí estaban todas antes que nosotros. Incluso nuestra psicología es un fenómeno probabilístico.
“Nadie es un sistema abierto. Nadie es autor de sí mismo. Nadie es un invento propio”. El sinfín de cosas que han dado forma a nuestras vidas –lugar y familia, traumas y tropiezos, amores y odios— ahí estaban todas antes que nosotros. Incluso nuestra psicología es un fenómeno probabilístico. Nuestra personalidad un azar que otro mezcló. La libertad una reacción. ¿Y la conciencia? Una advertencia de lo que ya sucedió.
Estas ideas de Sam Harris tampoco son invención suya. Tienen un largo y noble linaje. Una vasta geografía. Los chinos le llamaron taoísmo. Los indios buddhismo. Los judíos la canción de Salomón –no hay nada, como quien dice, nuevo bajo el sol–. Los romanos Marco Aurelio emperador y los griegos estoicismo. La vida es un caudal, un huracán, un caos. Si la naturaleza misma no puede contener, no puede detener, sus propios ríos, ¿cómo podemos nosotros osarlo?
Es hermosa la cacofonía de tantas lenguas distintas diciendo lo mismo. Lo curioso es el silencio que tanto tiempo nos fascinó. Yo soy yo y la voluntad de serlo. Si te quiero es porque lo decidí en mis sueños. Si me fui por este camino, por esta carrera, fue porque en alguna encrucijada me detuve a hacerlo. Ahí tengo mi lupa, mi brújula, mi telescopio. La ciencia trazó caminos para nosotros seguirlos. Y yo soy la cosa más nueva bajo el sol.
Ha sido larga la espera, y penoso el arrepentimiento. Poco a poco las ciencias han requisado sus apuestas. Murió de populismo el homus economicus, el cliente que siempre tiene la razón, el sentido común del hombre común. Tanta data ha hecho de la novela que nos reflejaba un asunto cotidiano. Ahora que más dizques libres somos, más nos parecemos. Los hippies que buscaban lo contrario son, de hecho, lo que más lo hacen. Ni sus barbas ni sus rastas son cosa nueva bajo el sol.
Hoy día ser único es lujo de ajedrecistas. O ni siquiera. Hoy día, quizás, serlo es darse cuenta. Digo, ser especial es no serlo. Quedarse quieto. Y regresar a los sabios del pasado como a un vecino o como a uno mismo. Oír lo ya que adentro llevaba tiempo rondando. Saber que buscar es no buscar y es mejor.
La moraleja del estoicismo –para hacerle el guiño y darle nombre— es que nadie tiene la culpa de ser quien es. El crimen nació en los orígenes del tiempo. Y también el bien. “El terrorismo es un huracán”, dice Harris, “al que, por contrario, intentamos disparar”. Pero que no muere en el difunto, pues la culpa es de otro y es de nadie. Lucharlo es aceptarlo. Dejarlo pasar, detenerlo.
Ahí quizás la clave de lo nuevo y de lo viejo. Quizás la cura de nuestras sociedades divididas es la noticia de que no hay ninguna. Que en nuestra falta de novedad hemos vuelto a ser los mismos. Y que por tanto merecemos el mismo perdón que debemos a los demás.