THE OBJECTIVE
Andrés Medina

Ciudadanos y la cigüeña

24 de febrero de 2016. Hace tres años, Sánchez y Rivera escenificaban la firma del acuerdo de investidura del líder socialista. El lugar, la Sala Constitucional del Congreso de los Diputados. El políptico de los ‘Padres de la Constitución’, su principal testigo. Pictórica jornada con sabores de Transición.

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Ciudadanos y la cigüeña

Joaquín Sánchez

24 de febrero de 2016. Hace tres años, Sánchez y Rivera escenificaban la firma del acuerdo de investidura del líder socialista. El lugar, la Sala Constitucional del Congreso de los Diputados. El políptico de los ‘Padres de la Constitución’, su principal testigo. Pictórica jornada con sabores de Transición.

“Un acuerdo de muy limitada relevancia”, presentado “sin el menor sentido del ridículo, con una escenografía que nos hacía pensar que estábamos ante una página histórica de dimensiones solo comparables al Pacto de los Toros de Guisando”, acusó Rajoy.

Un pacto que no tuvo el alcance ni la eficacia que deseaban sus firmantes, sentenció la fallida investidura.

Mutatis mutandi, esta semana Ciudadanos ha anunciado que renuncia a cualquier pacto postelectoral con el Partido Socialista. Un adiós a la alianza “del abrazo”, veremos si para mejor proveer.

Pero, ¿cómo sienta a su electorado esta decisión?

Hay elementos a favor. Principalmente, el factor territorial –con epicentro catalán–, y su empeño por abanderar la igualdad entre los españoles. Ambos han sido la principal turbina naranja en el último año y medio. Un instrumento útil tanto para liderar las encuestas, como para ganar unas elecciones autonómicas en Cataluña.

De hecho, antes de la convocatoria electoral, Ciudadanos era la primera fuerza en intención de voto entre los españoles que quieren una organización territorial del Estado con menos competencias autonómicas o, incluso, sin competencias de este tipo. Y no es un caladero menor: supone el 28% del cuerpo electoral, es decir, cerca de 10 millones de españoles.

Pero basta observar la composición política de los votantes naranjas para caer en la cuenta de que una mezcla tan compleja de intereses es incompatible con el quorum necesario para respaldar una decisión tan trascendente.

Veamos. Ciudadanos es el único de los principales partidos que tiene cuatro fronteras voto: PSOE, PP, VOX y, la transversal, que es la abstención.

El límite más poroso lo comparte con los de Casado, pero el flujo entre ambos partidos es bidireccional. Así, unos 850.000 votantes del PP en 2016 –por cierto, la mitad que hace un año–, podrían optar hoy por Rivera, y unos 150.000 electores de Ciudadanos aspiran a recalar en el PP. En total, hablamos de alrededor de un millón de electores “en tránsito”, así, para empezar. Y solo nos hemos movido en el mundo de la intención directa.

Porque si analizamos un poco más en profundidad la consistencia de voto de ambos partidos, vemos que un tercio de los electores potenciales de Rivera dice tener al PP como segunda opción. Y, en sentido opuesto, más de la mitad de los votantes de Casado tendrían a Ciudadanos como plan B.

Esta reciprocidad pone de relieve dos cosas: por un lado, la capacidad exponencial de intercambio entre Ciudadanos y PP; por otro, la tendencia inversamente proporcional que domina su segunda frontera: la que lidera Santiago Abascal.

VOX se ha convertido en la linde más creciente de Ciudadanos, hasta el punto de que cerca de medio millón de antiguos votantes de Rivera podrían irse hoy a esta formación. El problema es que la fuerza de atracción entre ambos partidos no es simétrica, y el polo de VOX inclina, con mucho, la balanza hacia Abascal.

Dejo un dato para la reflexión: según el CIS de enero, VOX ya estaría al nivel de Ciudadanos entre los casi 6 millones de españoles que quieren liquidar las Autonomías. Y la competición en ese terreno no deja de endurecerse, hasta el punto de que VOX y el PSOE tienen el mismo apoyo electoral entre los recentralizadores.

Esto me lleva a mi última consideración: ojo a la frontera socialista. Porque esta frontera ha sido favorable a Ciudadanos durante gran parte de la legislatura, pero hoy se ha transformado en un juego de suma cero. Es decir, 400.000 españoles zigzaguean entre Sánchez y Rivera, y un porcentaje similar tienen a uno y otro partido como opción número dos. El 12% de los votantes del PSOE votaría a Ciudadanos en segundo lugar, el 15%, en la formación naranja.

Está claro que Rivera tiene un problema de tensión migratoria. Los números avalan que sus fronteras más líquidas o porosas se encuentran en el flanco derecho. Pero su incorporación al “Schengen electoral” conservador puede provocar un efecto desplazamiento en el votante de alma progresista, que lo aleje, definitivamente, del macronismo español.

En cualquier caso, la decisión de Ciudadanos es, sin duda, una acción arriesgada. Se ha comunicado a más de dos meses para la votación, cuando su votante es, precisamente, el que más tarde se decide. Demasiado espacio para la cábala. Que cada uno juzgue entre la audacia y la temeridad.  

El 28 de abril sabremos si el combate frontal por la hegemonía del centro derecha es suficiente o si, por el contrario, Sánchez ha creado un clima cálido en el que puedan anidar esos votantes.

Es febrero, San Blas anuncia el regreso de la cigüeña. ¿De todas?

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