El error Sánchez
No parece un hombre de palabra. De hecho, desde el primer momento nadie creyó que hubiera escrito el libro que firma. La duda era si lo había leído. Tampoco parece tener una idea clara de España.
No parece un hombre de palabra. De hecho, desde el primer momento nadie creyó que hubiera escrito el libro que firma. La duda era si lo había leído. Tampoco parece tener una idea clara de España. Lo resumió bien Miguel Ángel Aguilar en una entrevista en La Vanguardia: “Sánchez es pura ambición”. Es una ambición desmesurada que le ha permitido alcanzar el poder sin ningún atributo destacable más que la frívola capacidad para el golpe de efecto. Es el epítome de esa socialdemocracia que abandonó cualquier proyecto integrador para apoyarse en una charlatanería identitaria que, fragmentando y polarizando la sociedad, le ha permitido seguir movilizando a una parte del electorado, al menos a corto plazo.
Tras nueve meses de Gobierno Sánchez podemos asegurar que nunca en democracia un presidente ha hecho tanto daño en tan poco tiempo. Está siendo un aventajado discípulo de Zapatero con sus gastos electoralistas que socavan irresponsablemente los cimientos económicos de nuestro país. Así, la futura crisis, anunciada ya por la actual desaceleración del crecimiento y de la creación de empleo, será agravada con los impuestos y la deuda de la larga e intervencionista precampaña socialista. Con todo, peor que el legado puramente económico será el debilitamiento institucional que puede poner en riesgo la convivencia y la libertad y, por tanto, también la propia economía.
Sánchez llegó a la Moncloa de la mano de aquellos que no hacía ni un año habían dado un golpe a la democracia. Y, aunque estos digan que expidieron a aquel un cheque en blanco para desalojar al Partido Popular, hemos comprobado que la jugada sólo fue redonda para el sanchismo. Los españoles, sin embargo, estamos pagando un alto precio, el del deterioro del Estado de derecho por parte del propio gobierno de la Nación. Los ejemplos no son escasos: se desampara a aquellos que velan por el cumplimiento de la Constitución en Cataluña, se permite que se aliente a los violentos desde la propia Generalitat, se presiona a la Abogacía del Estado para retirar la acusación de rebelión, se insinúan indultos o se ofrecen mesas de partidos con mediador despreciando las instituciones que a todos nos representan. Ni con una entregada TVE, ni con un CIS convertido en chiste, se puede disimular la indecente rendición.
En la situación actual, el sentido de Estado exigiría recuperar el orden constitucional en Cataluña. Aprender de la experiencia debe servir para fortalecer las instituciones comunes, ya que, si premiar al nacionalismo supuestamente moderado fue una ingenuidad, ceder ante el explícitamente separatista es un error fatal. Es el error Sánchez. Un Sánchez que ahora en campaña acentuará su tono afectado para decirnos que él es el garante de la moderación, aunque, como gobernante, haya demostrado sobradamente que es un simple significante vacío cuyo significado han escrito, y pueden volver a escribir, los amantes de la discordia.