La izquierda anacrónica el 8-M
El problema de fondo es que la izquierda está equivocada con su concepción del feminismo
Para cualquiera que haya estado alguna vez en una manifestación no resulta extraño ni ajeno que, durante la misma, se prediquen y se vitoreen consignas que producen cierta incomodidad, incluso aunque se pueda compartir parte de la queja que esas pretenden expresar. Al cabo, las calles no son una tribuna en un periódico ni los cánticos el argumentario idóneo para una conferencia. Lo recordé, en un ejercicio más parecido al intento de comprensión que a la misericordia, cuando escuché en la televisión que en la manifestación en Gijón con motivo del 8-M, se coreaba “vamos a quemar la justicia patriarcal”. Como además deben rimar, no merece la pena detenerse demasiado en matizar lo que, por naturaleza, no admite gradación cromática. Caso contrario es el de las ministras del Gobierno actual, que cargaron unánimemente contra cualquier reparo que pudiese ponerse a las movilizaciones.
Si lo primero debería servir justamente para que los representantes públicos ejerzan una cautela obligada respecto a las consignas -¿puede cantar, sin que resulte absurdo y ridículo, la Ministra de Justicia, precisamente ella, contra una justicia machista?-, lo segundo, la constatación de que eso no pasó, como evidencia el hecho de que la vicepresidenta del Gobierno pensó que era una buena idea saltar al son de “machista el que no vote”. Dio así la razón Carmen Calvo a todos los que aprecian una voluntad excluyente en las convocatorias que año tras año llenan la calle y las portadas de la prensa. Lo más dañino para la causa de la igualdad entre hombres y mujeres es convertirla en una excusa o parapeto más para buscar el enfrentamiento entre ciudadanos por motivos ideológicos. Y en eso es lo que anda metida la izquierda en bloque. Podemos, indisimuladamente, repite como un mantra que “este sistema económico es incompatible con la vida”, una frase que les vale tanto para denunciar la brecha salarial como para la abolición del capitalismo; y el PSOE, de una manera más cínica encarnada en la foto de Calvo y compañía celebrando la ausencia del PP y con un silencio revelador ante el escrache que algunos manifestantes hicieron a los miembros de Cs.
Que el 8-M haya coincidido con el clima electoral no justifica en modo alguno algo bastante feo como es erigirse en defensores exclusivos de la Bondad, sobre todo porque no hay nada a mitad de camino entre el bien y el mal, que es donde viene a situar nada menos que el Gobierno de España a sus adversarios o a todos los que se oponen a pasar por el aro del anti-capitalismo para que el PSOE les otorgue el beneplácito de la causa feminista. Sin embargo, lo más molesto e injustificable de todo no es que el partido que gobierna España intente aleccionar a los demás a cuenta de algo, el PSOE se ha convertido ya en el mayor tapón para urdir cualquier consenso por puro electoralismo y los demás recibimos sus lecciones con la misma soberbia que los que pretenden darlas. A estas alturas, las mujeres y los hombres somos suficientemente autónomos para no tomarnos en serio los sermones de los que se creen los únicos preocupados por cuánta renuncia y cuánto sacrificio tendré que hacer para ser madre o por el miedo al volver sola a casa.
El problema de fondo es que la izquierda está equivocada con su concepción del feminismo. Aquello tan viejo de “somos el partidos de las mujeres”, para personas nacidas en los noventa resulta anacrónico y, si me permiten, sexista. Calvo y Adriana Lastra, un poner, tienen edades diferentes pero mantienen la misma visión arcaica que nos reduce a las mujeres a un colectivo monolítico, condenado a comportarse igual no solo electoral sino socialmente. “La derecha no sabe dónde colocarnos [a las mujeres]”, contaba la vicepresidenta el 8-M. Cómo si no fuéramos libres cada una de nosotras de colocarnos donde nos dé la gana en el espectro político. Si un hombre hablase de “colocar” a las mujeres como pack en alguna parte nos parecería una tutela inadmisible y caduca y una intromisión en nuestra libertad. Exactamente lo mismo que produce lo de Calvo. Somos adultas y, aunque algunos no lo querrían, cuarenta años de democracia nos han hecho más libres, al menos lo suficiente para no caer en la trampa de las voces femeninas que recuerdan mucho a algunas masculinas de las que no queremos volver a saber nada. Mientras la vocación pastoril de la izquierda quiera seguir monopolizándolo, más que el feminismo, lo transversal van a seguir siendo las ganas mantenernos estereotipadas.