El momento aristotélico de la política española
Quizá esta lectura sea un tanto injusta porque sí creo que se plantean proposiciones sensatas, aunque se queden en el fondo de esos programas electorales que pocos leemos y sopesamos menos.
Parece que esta campaña sin fin tiene una norma no escrita pero sellada por todos los partidos: más vale proponer decenas de ocurrencias divisivas que unas pocas propuestas prudentes. Y es que la clase política, como nos avisó Valentí Puig, se ha dedicado más al experimento que a la prudencia desde hace años. El criterio amigo-enemigo ofrece una narrativa potente que permite tensionar y mover con eficacia las fichas electorales con cierta teatralidad. Quizá esta lectura sea un tanto injusta porque sí creo que se plantean proposiciones sensatas, aunque se queden en el fondo de esos programas electorales que pocos leemos y sopesamos menos.
Si hacemos caso a las encuestas y a lo expresado por los candidatos hasta la fecha, pocas cosas sucederán el día después del 28 de abril. Con la vista puesta en las elecciones del 26 de mayo, la toma de decisiones se suspenderá hasta poseer el puzzle electoral completo. Pero, lo quieran o no, la política española tendrá que vivir un momento aristotélico si quiere salir del callejón vetocrático en el que nos volvemos a encontrar. Es decir, deberemos situar en el centro del debate la prudencia y la deliberación. Aristóteles propuso esta virtud y este método para alcanzar el medio virtuoso en la vida pública. Se trata de asumir que los problemas planteados nos obligan a buscar un remedio adecuado. De tomar decisiones, sabiendo que todas ellas no serán simples ni cómodas.
Complejo es, etimológicamente, lo que está tejido junto. Y la complejidad forma parte de cualquier decisión humana. Unidad y multiplicidad siempre se dan la mano en las sociedades modernas. Nunca podremos eliminar el conflicto político, ni tan siquiera los extremos. Por eso, es necesario desplegar la deliberación pública como una búsqueda de las mejores soluciones. Y esto no se puede hacer sin la prudencia. O, en el pensamiento de Aristóteles, sin responder a la pregunta sobre cómo ajustar racionalmente nuestras determinaciones en condiciones de incertidumbre.
La prudencia es el antónimo de la polarización. Lo que pudo ser una estrategia victoriosa en un escenario bipartidista acarrea hoy una clima caótico y mortecino. Porque, en definitiva, se delibera sobre aquello que consideramos problemático, sobre aquello en lo que cada decisión tendrá razones a su favor o en su contra. Tras el 28 de abril, para avanzar necesitaremos de la prudencia y de la deliberación. Nos tendremos que olvidar de comparaciones odiosas y soflamas altisonantes para alcanzar acuerdos y dignificar lo concreto en la política. Ya ha llegado nuestro momento aristotélico. Seamos prudentes.