La sospecha sobre lo español
«La extemporánea declaración del presidente mexicano López Obrador no es tan anecdótica ni irrelevante como puede parecer»
Cualquiera que haya estado en América Latina se da cuenta de que las querellas nacionales por los sucesos del Descubrimiento y la Conquista, o de la Independencia, no forman parte de los debates cotidianos. Y que la relación entre España y la región está trenzada de afectos y vínculos culturales sinceros, por encima de disensos en la forma de interpretar la historia y de mirar el pasado. Por no mencionar la lengua que compartimos, que trasciende y nos hermana más allá de nuestras formas de vida, ocio y planificación urbana, que en Latinoamérica tienden a mirar más al norte de su continente que al otro lado del Atlántico.
Pero, viviendo y trabajando allí, el de las querellas históricas a causa de lo sucedido o no hace cinco o dos siglos, empieza a emerger en según qué ambientes. No es difícil verse argumentando contra el ventajismo moral y el presentismo histórico de conocidos o amigos –latinoamericanos mayormente, pero no sólo– que trabajan en sectores como la cooperación, la academia o la gestión pública. Y tampoco es infrecuente ver simpatías por movimientos nacionalistas como el catalán o el vasco, sustentados en un juicio negativo de una supuesta naturaleza conquistadora y cerril de lo español.
De modo que la extemporánea declaración del presidente mexicano López Obrador –que, a diferencia de lo interpretado por Vargas Llosa, también se ha incluido en el deber de disculpa–, no es tan anecdótica ni irrelevante como puede parecer. El aparente pintoresquismo de la demanda de perdón esconde algo más categórico en determinados casos y sectores. Las relaciones con América Latina se dejaron durante demasiadas décadas al albur de la inercia de los vínculos históricos y afectivos, un tiempo que otros países con menos lazos –Francia, Holanda y otros– aprovecharon para ganar posiciones.
De modo que, en todo este episodio, lo menos relevante es la verdad de los hechos históricos o la justicia del reclamo político que se demanda –justo en lo que la inmensa mayoría se ha centrado al opinar o rebatir–. Sino lo que estas palabras evidencian más allá de la intención sincera o equivocada de López Obrador: la persistencia en según qué ambientes –también en nuestro país– de un estado de opinión sobre España hoy, no hace cinco siglos. Una sospecha latente, una percepción minoritaria, pero políticamente venenosa. Denunciar nuevas leyendas negras es tan estrafalario como exigir disculpas cinco siglos después, pero urge tomarse más en serio el debate sobre nuestro papel en el mundo.