¿Una ‘gerigonça’ a la española?
Ante la posibilidad de que el PSOE consiga formar Gobierno con Podemos y Compromís, puede ser útil conocer las razones del éxito económico de la coalición de los socialistas con la extrema izquierda en Portugal
Si PSOE llegara al Gobierno en coalición con Podemos y otras formaciones de izquierda, ¿gobernarían con el mismo pragmatismo que la izquierda portuguesa?
El Financial Times dedicaba hace poco a Portugal su espacio llamado The Big Read, en el que a diario informa de forma más extensa y profunda sobre un tema de actualidad. A pocos días de las elecciones generales en España[contexto id=»383899″] y ante la posibilidad de que, como indican algunas encuestas, el PSOE consiga formar Gobierno con Podemos y Compromís, puede ser útil conocer las razones del éxito económico de la coalición de los socialistas con la extrema izquierda en Portugal. Y preguntarse si, como defienden algunos desde la izquierda, este podría ser extensible a España.
Con el título Portugal: ¿el camino europeo para salir de la austeridad? destaca como el mayor logro del Gobierno de Antonio Costa su capacidad para sanear las cuentas públicas y al mismo tiempo mantener la cohesión social. Desde que este llegó al poder hace tres años y medio, el déficit se ha reducido más que los objetivos marcados por Bruselas y este año será cero. Al mismo tiempo el desempleo ha bajado del 14% al 6,7%. En definitiva, Costa ha conseguido la cuadratura el círculo. El político hijo de un intelectual comunista de la antigua colonia portuguesa en la India, Goa, ha logrado reducir el déficit y la deuda públicas, subido algunas pensiones y salarios a los niveles previos a la crisis, reducir los costes laborales y aumentar la inversión extranjera. Todo ello sin romper la frágil alianza de los socialistas con la extrema izquierda en Portugal. Y sorteando los deseos de sus socios más radicales que aspiraban, entre otras cosas, a dejar de pagar la deuda soberana, salir del euro, nacionalizar sectores estratégicos y abandonar la OTAN.
Portugal, tutelada entre 2011 y 2014 por la Troika (la Comisión Europea, el FMI y el BCE) a cambio de recibir 78.0000 millones de euros de rescate, ha sido la economía europea que con mayor éxito ha desafiado la austeridad para salir de la crisis. Tras llegar al poder en 2015 gracias a un acuerdo sin precedentes en la izquierda portuguesa, el exitoso experimento de Costa es la envidia de toda la familia socialdemócrata europea, cuya decadencia se ha acelerado en la reciente e interminable crisis económica. ¿Se trata de una cuarta vía, como dicen con admiración los laboristas ingleses, o de la alternativa bautizada por Joseph E. Stiglutz como Capitalismo Progresista o más bien de una gerigonça (un engendro abocado a acabar mal), como apuntan sus detractores? Para Costa se trata, simplemente, de pasar la página de la austeridad. De momento, la gericonça sobrevive más allá de los seis meses que sus críticos le daban de plazo.
Una historia de superación que le ha servido a Portugal para penetrar en el tejido de las instituciones internacionales. La conquista más notable y reciente: el nombramiento del ministro de Finanzas socialista, Mário Centeno, como el presidente del Eurogrupo, órgano formado por todos los ministros de Economía de la zona euro que dicta las reglas que todos deben cumplir. Una conquista admirable para un país intervenido hace apenas cuatro años y que contrasta con la escasa presencia española en puestos relevantes de las instituciones comunes.
No hay duda de que el entorno macroeconómico ha ayudado al Gobierno portugués. Los tipos de interés casi a cero, los precios del petróleo muy bajos, la recuperación económica de sus socios europeos que compran el 70% de sus exportaciones, el boom del turismo por la inestabilidad de otros destinos… Costa ha sabido aprovechar estos vientos de cola gracias al pragmatismo que tanto defensores como detractores le reconocen. No dio marcha atrás en la reforma laboral diseñada por la Troika y aprobada por el anterior gobierno conservador, no ha subido los impuestos ni nacionalizado sector alguno. Sus socios, incómodos con muchas de estas decisiones, le siguen apoyando. La subida del 20% en el salario mínimo y la neutralización de la derecha como alternativa de gobierno parece que por el momento les son suficientes. Está por ver si de aquí a las elecciones generales de octubre mantienen ese respaldo, puesto a prueba por las recientes protestas de los que se hacen llamar coletes amarelos (chalecos amarillos versión portuguesa), de escaso seguimiento en comparación con el movimiento francés.
Si los ocho meses que Pedro Sánchez ha estado en el Gobierno pueden servir de referencia para comparar el caso de Portugal con un hipotético gobierno de las izquierdas en España, es difícil acreditar que este última opción sea igual de pragmática. Cierto que el Gobierno de Sánchez ha tomado medidas para procurar un mejor reparto de los beneficios económicos de la recuperación, principal foco de descontento social. La más reciente: la subida del salario mínimo acordada por PSOE y Podemos. Hasta 900 euros en España frente a los 700 en los que se sitúa ahora en Portugal (un 22% más, la misma diferencia que hay entre el PIB per cápita de un país y otro, a favor de España).
Pero la gran diferencia es que en el caso portugués estas conquistas sociales se han hecho a la par que la consolidación de las cuentas públicas, evitando así engordar la factura que han de pagar generaciones futuras. En contraste, España es hoy el país con el déficit más alto de los 28 (un 3,1% del PIB), por encima de la intervenida y empobrecida Grecia o la rebelde Italia, y su deuda se sitúa en el 100% del PIB. Pese a ello, el Gobierno socialista de Sánchez incluyó en sus presupuestos para 2019 un aumento del objetivo de déficit fijado por Bruselas. Cuestionados por el Ejecutivo europeo, el posterior rechazo a los mismos en el Parlamento español provocó la convocatoria de las inminentes elecciones.
Todo quedó en una llamada de atención de una Comisión Europea escéptica con las cuentas presentadas, pero manda un claro mensaje al próximo gobierno que resulte de las urnas: huir de la tentación de aplicar políticas sociales no respaldadas por la consolidación fiscal. Portugal ha demostrado que es posible. Tampoco la propuesta de Podemos de crear un banco público parece estar en sintonía con lo ocurrido en Portugal. Es más, Costa ha privatizado parcialmente los bancos que tras el rescate quedaron en manos del Estado, como en el caso del Novo Banco (antiguo Espíritu Santo) vendido en 2017 al fondo Lone Star. Pese al mantra podemita de exigir a la banca privada que devuelva los 60.000 millones de euros del rescate bancario que recibió España, la realidad es que ese dinero fue a parar esencialmente a lo más próximo a la banca pública que ha tenido España en los últimos años, las cajas de ahorros. El desastre de su gestión económica por los políticos de toda ideología es conocido, pero parece, también fácilmente olvidado.
Tampoco los viernes sociales de Pedro Sánchez apuntan en la buena dirección. Las medidas aprobadas en los consejos de ministros como decretos leyes además de ser polémicas en la forma, son un indicativo del uso populista de la política social por parte del Gobierno. Una tentación electoralistamente rentable (parece que el PSOE ha engullido un millón de votos de Podemos) pero irresponsable. Tanto que ha hecho saltar las alarmas a la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF). La institución ha advertido que las medidas aprobadas aumentarán el gasto público en 920 millones en 2019. Una herencia que recibirá el Gobierno que resulte de las urnas el 28A y que contrasta con lo ocurrido en el país vecino, donde el gasto social sobre el total del gasto público ha caído del 55% al 44% con el Gobierno de izquierdas.
Y otra diferencia clave entre los dos países vecinos: la tensión territorial. Que en el caso español contamina todo y que no existe en Portugal. La izquierda española ha convertido en sus insospechados aliados a los partidos nacionalistas, incluidos los independentistas, para plantar cara a todas las opciones de la derecha. Si un Gobierno de izquierdas depende del apoyo, ya sea puntual o de legislatura, de los votos de los independentistas catalanes o de los nacionalistas vascos, el presupuesto se inclinará como es ya es de sobra conocido a su favor y dificultará la necesaria consolidación fiscal.
Hace pocos días The Economist apostaba en un editorial por dar el voto a una mayoría estable del PSOE de Pedro Sánchez en las próximas elecciones. Los medios nacionales más a la izquierda se hicieron eco con entusiasmo de esta recomendación. Y pasaban de puntillas por las advertencias de las negativas consecuencias de un gobierno con Podemos, que “frustraría la agenda de reformas y dispararía el déficit”. Lo deseable sería, decía el semanario liberal, que el pacto de legislatura fuera con Ciudadanos aunque la cuestión catalana, reconocía, los aleja irremediablemente. Y concluía: “para mantener el crecimiento, se necesitan más reformas, en educación, en las pensiones, en la administración pública, en el mercado laboral.. para seguir construyendo sobre la herencia recibida de Mariano Rajoy”. España ha sido considerada junto con Irlanda y Portugal uno de los milagros económicos salidos de la crisis del euro. No se supo corregir a tiempo la desigual distribución de los beneficios del crecimiento y aquí estamos. El próximo gobierno está a tiempo de hacerlo posible aunque los vientos de cola ya no sean tan favorables. ¿Es Portugal un modelo a seguir? Sí. Pero eso requiere quizás aparcar la ideología y ser prácticos. Al igual que han hecho nuestros vecinos lusos. Si no, la gericonça será definitivamente a la española. Con todas sus consecuencias.